Cardo Máximo

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Compañeros de viaje

En otro tiempo, la expresión hubiera cobrado un significado ineludible pero ahora que los cardenales andan votando al nuevo Papa, creo recordar habérselo leído a Francisco, no sé si en alguna exhortación o encíclica -quizá ‘Fratelli Tutti’- como sinónimo de lo que el CVII y el magisterio ordinario definía como semillas del Verbo esparcidas con prodigalidad por el Espíritu Santo.

Bueno, sea como sea, a estas alturas de camino, tenemos ya un montón de compañeros de viaje. Amigos de Sevilla, de Europa y de más allá con los que vamos coincidiendo etapa tras etapa y nos vamos viendo de parada en parada. Pero también hay otros compañeros de viaje con los que, si bien no hemos trabado verdadera amistad, sí hemos llegado a reconocernos y a soportarnos recíprocamente.

Pienso, por ejemplo, en las señales que nos envía el cuerpo. Todos esos dolores de diferente intensidad y duración que van atormentando al peregrino como alfileres que se le van clavando en diferentes partes del cuerpo a cada rato. Hemos aprendido -es el cuarto día del tercer Camino a Santiago- a sobrellevarlos. Unas veces los ignoramos hasta que con pugnacidad infinita reclaman atención individualizada. Otras veces los metemos en un mismo saco con otra colección de lesiones más o menos graves que se han ganado el derecho a que los consideremos, con todos los honores, compañeros de viaje. Y, por último, en ocasiones, hay que darles su sitio sin poder ignorarlos más.

La etapa entre Ardamiles (ese era el nombre oficial del sitio donde pernoctamos) y Sigüeiro ha sido fácil. No diríamos que cómoda, pero sin complicaciones. Hemos llegado antes de comer, por cierto muy bien, en Pichón, donde ha caído un codillo de cerdo hecho a fuego lento durante doce horas muy recomendable. El hambre es otro de los compañeros de viaje del peregrino. No la incapacidad o la insolvencia para ahuyentarla, sino la comparecencia oportuna a su debido tiempo sin que falte nunca. El elevado desgaste de la caminata abre el apetito, pero hay que saber dosificar para no darse el atracón o quedarse in albis, visitado por la pájara que llaman los ciclistas cuando el depósito de energía se agota y no queda reserva en el organismo.

Compañeros de viaje son también la fatiga y la ansiedad, que dan la cara en el momento más inesperado cuando el cuerpo sabe que ya no puede dar mucho más de sí. Le acompaña en su insufrible presencia la tortura matemática de descontar los kilómetros o los minutos con una ferocidad que la mente transforma en un castigo. La fatiga es insidiosa como esas moscas obcecadas que revolotean sin parar a nuestro alrededor.

A la lluvia no la hemos tenido por compañera de viaje más que unos minutos a la salida de Ferrol, como esas visitas antiguas que se anunciaban para una tarde pero cuya llegada se demoraba y se demoraba para exasperación de los anfitriones. En Sigüeiro, por la tarde, hemos tenido lluvia y hasta granizo, pero estábamos a cubierto: para esa visita no estábamos disponibles porque nos echamos a dormir, reconfortados con el cariñena del que dimos cuenta en la comida.

El sueño viene a visitarnos puntual cada noche poco después de las diez de la noche pero también reclama su sitio a nuestro lado a la hora de la siesta. En ese caso, lo mejor es rendirse, siempre que se pueda y hacer acopio de fuerzas, que nunca están de más. Otro compañero de viaje desacostumbrado son los recuerdos. No suelen dejarse ver mucho pero cuando se ponen a andar hombro con hombro no hay manera de eludirlos. Y reclaman su sitio. A mí me pasó ayer. Fue pasar por una casa rural en el sitio de Buscás, del municipio de Ordes, y pensé para mí: “yo me he quedado aquí”. Recordaba la entrada, el balcón dando al crucero, el jardín de césped con el hórreo en medio y unas hortensias envidiables. Fue el verano de 2011, hace un montón de tiempo o no tanto: Benedicto XVI estaba al frente de la Iglesia. Qué buen recuerdo de aquel verano en familia, qué de buenos momentos recorriendo Galicia arriba y abajo en el A6 de Ángel: abarcamos desde Cambados hasta Ribadeo. Y éramos felices. No es que ahora no lo seamos, pero los recuerdos clavan sus aguijones en el acerico de la memoria con increíble puntería.

Y, por último, están los compañeros de viaje inanimados, toda esa colección de objetos que arrastramos como buhoneros por si alguna vez los usamos. Cada uno es libre de organizar su camino como mejor le plazca, pero la manera más auténtica sigue siendo la de colgarse la mochila de acá para allá. Lo otro, lo de enviar el equipaje facturado por carretera para recuperarlo al llegar al destino, se asemeja más a una caminata mañanera por el campo sin mayor propósito.

Cada vez he hecho el camino con botas distintas aunque la ropa no ha cambiado tanto. Vestido de limpio tras la oportuna ducha, Diazpe me recordó que la camiseta que llevaba tendría más de quince años: nos las regalaron a los compañeros de El Mundo cuando el bar que frecuentábamos cada noche cumplió su décimo aniversario y ahora ya ha cumplido el cuarto de siglo.

Recuerdos otra vez. Pero no guardo fetichismo alguno por la ropa, el calzado o cualquier herramienta que me haga la vida más fácil. No hay afectos desordenados en ese sentido. Me han traído hasta aquí, a poco más de quince kilómetros de mi tercera entrada en Santiago como peregrino, pero no les guardaré mayor memoria. Eso lo reservo para quienes conmigo van y a los que cuento, día a día, mi cantar.

Acabo de rematar la crónica cuando por todos los medios me llega la noticia de que los cardenales han elegido Papa y estamos viéndolo en la tele del albergue mientras unas jovencitas angloparlantes ignoran el anuncio. No cabe duda de que el cónclave se h convertido en el compañero de viaje más distinguido de nuestro camino.


Comentarios

Una respuesta a “Compañeros de viaje”

  1. Avatar de
    Anónimo

    Cariñena en esas tierras????

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