Cardo Máximo

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El camino está lleno de altibajos

El albergue de San Pedro de Vilanova en la aldea de Outeiro del municipio de Vedra es un edificio de una planta con capacidad para 31 peregrinos, aunque esta noche sólo nos brinde techo a seis: dos estadounidenses de Carolina del Norte, una compatriota de Utah, una alemana de Dresde y nosotros dos. Tiene grandes ventanales para contemplar un hermoso paisaje en lontananza con toda gama de verdes en las laderas de enfrente, a cuatro o cinco leguas de aquí. Como veinte o veinticinco kilómetros.

Los dormitorios están orientados a Levante para que el sol despierte a los peregrinos en su última jornada hasta Santiago. Menos es más, muy a lo Mies van ser Rohe con paredes de hormigón liso.

Tiene de todo en potencia. La cocina está perfectamente amueblada con cajones y estantes vacíos. Sólo el grifo proporciona agua, que es lo único de lo que puede disponer el peregrino para beber, para asearse o para hacer la colada. El resto, o lo trae a cuestas o no tiene nada que hacer. Pero nada es nada, cuatro casitas desperdigadas en torno a la capilla y la fuente de Santiaguiño y pare usted de contar. Eso sí, la tranquilidad y la soledad (los extranjeros hablan bajito todos) darían para un retiro ascético. El ayuno ya lo incorporamos porque como no traemos cacharros de cocina en las mochilas tampoco podemos cocinar nada.

Las mochilas tienen una connotación negativa en el lenguaje coloquial. Yo mismo uso la expresión «vaciar la mochila» cuando le pido cita a mi director espiritual para una confesión. Pero la mochila es vital para el viajero. Es todo cuanto lleva consigo y todo a lo que puede recurrir.

Diazpe, por ejemplo, lleva una navajita que nos ha sacado de más de un apuro y cuanta ropa nos abriga por la mañana (cinco grados cuando echamos a andar) viaja con nosotros.

La mochila es el reverso de la cocina del albergue: todo su potencial se convierte en acto. Cuánto más prendas potenciales llevas, más pesa. Cuantas más las usas, menos soportas. Así que la mochila es el recurso del peregrino. Se hace parte inseparable de ti y va contigo a todos lados. Por supuesto, cuando caminas, pero también cuando vienen los altibajos, esas cuestas empinadas como las que hemos bajado hoy para cruzar el Ulla que aprendimos en el colegio en aquel póquer de ríos gallegos atlánticos: Eume, Miño, Ulla y Tambre.

Desniveles del 10% con quince kilos a la espalda no lo recomienda ningún traumatólogo, pero no hay otra opción si se quiere cumplir la aventura de peregrinar sin echar mano del recurso fácil y adulterado del transporte de bultos por carretera.

Así llegamos a Puente Ulla y como los lectores, hermanos de alma al fin y al cabo, me dan hecho el discurso, sigo con los puentes, que dan mucho juego. El del AVE es del tipo constructivo que vimos el día anterior. Alberto me corrigió que no era tablero autoportante porque no tiene agarres (tirante o colgante, para entendernos) de donde ir sujetándolo. Así que van creciendo las dovelas una a una lanzadas de poste a poste.

El del río Ulla se levanta sobre un arco apuntado que transmite los esfuerzos a los pilares fuera del lecho del río. Es un homenaje al puente antiguo de ferrocarril, orgullo de la comarca. De un vistazo se adivina por qué.

También la gente que tiende puentes llena de orgullo cuando se la conoce. Los que salvan obstáculos, los que saltan por encima de malentendidos, los que salvan el desencuentro entre las orillas, los que se encuentran por encima de aguas turbulentas, los que se atreven a cruzar a la otra parte sin saber si su gesto será entendido o no.

Para llegar a Santiago hay que cruzar muchos puentes cargados con la propia mochila. Y subir y bajar muchas veces en una misma etapa. Te crees arriba, dominando la cima, con el viento refrescando arriba y en seguida empiezas a descender, a bajar con el freno echado para no caerte de boca. Tal como la vida misma. Arriba y abajo, todo el día, todos los días. Confiados en los recursos que cada cual porta en su mochila y abandonados a todo cuanto dicta la Providencia: si hace frío o calor, si te da compañeros de la marcha o tienes que caminar en silencio, si llueve o sale el sol.

Y no tienes nada que hacer más que sacar lo que lleves contigo y confiar. Arriba y abajo.


Comentarios

Una respuesta a “El camino está lleno de altibajos”

  1. Avatar de jlrdiez1
    jlrdiez1

    estás llegando y parece que lamentas que te quede tan poco..Ánimo

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