
Estas manos que se han ofrecido al beso de sus súbditos desde la medianoche del domingo no son las de ningún monarca. Y eso que en ellas cabe toda la autoridad del poder y toda la majestad del imperio. No las adornaba ningún sello como no sea el que ha dejado el paso del tiempo en su policromía. Ningún rey las daría a besar así, atadas una a la otra, humilladas sin movimiento, sin margen de maniobra: aquí está mi gran poder, ved cómo se extiende mi supremacía por todo el orbe sin apenas mover un dedo. La ceremonia de este singular vasallaje de los devotos es la más larga de cuantos reyes la mantienen, tal como era en la Edad Media: dura tres días completos y todavía han quedado subordinados sin tributarle su total sometimiento. Luego, dentro de dos noches, el mismo soberano caminará sobre un trono dorado por encima de las cabezas de sus siervos. Dios, qué buen señor si hubiera buenos vasallos.
Follow @javierubrod4/4/12

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