El Domingo de Ramos se abrió como se había cerrado la Semana Santa del año anterior. Después de un invierno sequísimo, llega la lluvia con la primera luna de la primavera para desesperación de los cofrades. No sólo de ellos, ni siquiera la suya es la mayor de todas. A la frustración de ver los pasos arriados en el templo con la candelería intacta porque se desechó la salida se une la de miles de negocios de la hostelería que tenían depositadas sus esperanzas en la primera gran cita primaveral de Sevilla para llenar las mesas y las barras de una clientela remisa. La lluvia apaga la sed del cereal de invierno y de los frutales con hueso, pero ahoga las expectativas de quienes confiaban en las muchedumbres por la calle para cuadrar la renqueante cuenta de resultados de sus establecimientos y salvar el trimestre. Como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, a las ciudades ruinosas, todo se le vuelve lluvia y amargor.
Follow @javierubrod2/4/12


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