LA NOVELERA ciudad no dormía la siesta, porque eran las diez de la mañana. Y no había ningún magistral encaramado a la torre de la catedral escudriñando las casas con un catalejo porque los cuatro o cinco canónigos presentes seguían la misa a esa hora desde el coro donde en torno al facistol han colocado cuatro (¿uno por cada evangelista?) ventiladores de pie para refrescar la densa atmósfera.
Así que ni aquella ciudad era Vetusta, ni obviamente el que escribe es ‘Clarín’, pero si sirve de algo, digo que desde la balconada del rosetón principal de la catedral de Sevilla, justo encima de la puerta de los Reyes que sólo se abre la primera que vez que entra en la sede el ordinario y la única vez que sale con los pies por delante, no se ve el rascacielos de la Cartuja.
Mirando en dirección al cerro de Santa Brígida, se observa a la derecha la torre del pabellón de la Navegación, tan blanca como sin uso, en seguida a la izquierda las dos altas chimeneas que coronan el edificio de Saénz de Oíza de la Junta de Andalucía y las grúas amarillas que levantan la torre que hemos convenido en llamar de César Pelli. Pero el rascacielos en sí no se ve, todo lo más se adivinan las esperas de la siguiente planta.
O sea, que aún estamos a tiempo. Porque el edificio de oficinas que promueve Cajasol ha alcanzado ya ocho plantas de altura, suficientes para empatar con Torretriana en la panorámica desde el puente de Isabel II, pero poco más. Desde las cubiertas de la catedral -donde se ha iniciado la encomiable X edición de la Semana de la Arquitectura con visitas guiadas a edificios de notable valor- la vista permanece incólume.
No será así por mucho tiempo si sigue adelante esa barbaridad. Las ocho plantas de ahora tienen que multiplicarse por cinco cuando esté rematado para alcanzar las 42 plantas que conforman los 178 metros de alto que tendrá una vez terminado. No hace falta subir los 156 escalones de caracol que llevan hasta el cimborrio de la catedral para imaginar la intrusión visual que supondrá la mole de la torre Pelli. Basta imaginar que el tramo ya construido se volviera a colocar hasta cuatro veces encima de lo que ya hay. Eso será el rascacielos de la Cartuja.
Una comisión de la Unesco pasará por Sevilla dentro de unos días para comprobar que sus recomendaciones de paralizar la obra nos importan una higa. Pero antes, deberían llevar a sus integrantes al balcón de la puerta de la Asunción para que allí se hicieran una idea de la que se nos viene encima.
javier.rubio@elmundo.es
4/10/11

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