«¿Hay alguien ahí?», dejó colgado de su discurso la quinceañera María Ortiz, que había leído el manifiesto del Día Internacional de los Niños con Cáncer reivindicando bien a las claras atención específica a los adolescentes, los grandes olvidados de la lucha contra esa enfermedad a la que nunca más prometemos nombrar con el eufemismo de «larga y cruel».
La Princesa de Asturias tuvo el detalle de improvisar una felicitación al comienzo de su intervención en el pabellón de gobierno del Hospital Virgen del Rocío dirigida a quien le había precedido en el uso de la palabra y abogó por normalizar la vida de los chicos en tratamiento.
Para Griñán, el presidente andaluz, la habitación seguía tan a oscuras como cuando la adolescente entró en ella: sacó pecho de los proyectos, las líneas de investigación, la biotecnología, las células madre, los cordones umbilicales y la medicina regenerativa que se hace en Andalucía para combatir el cáncer pediátrico. Todo muy encomiable, por supuesto, pero el manifiesto de la jornada nacional de los Niños con Cáncer buscaba forzar que los hospitales definan protocolos de atención hacia esos adolescentes a los que se les «derrumba el mundo antes de haberlo construido». La fría letanía de Griñán contrastaba vivamente con el ardoroso apasionamiento de la doctora Aurora Navajas, presidenta de la Sociedad Española de Oncohematología Pedriática. Qué entusiasmo había contagiado al auditorio su conferencia, sin necesidad de escamotear las implacables estadísticas: en Europa, cada año se diagnostican 15.000 nuevos cánceres en niños, de los que 3.000 no lo superan. Y de los supervivientes, el 60% queda con graves secuelas de por vida. En el parlamento de la doctora había coraje y esperanza, las dos palabras que resumen el abordaje indispensable de esta dolencia.
Si algo ha conseguido en sus 25 años Andex, la asociación de padres de niños con cáncer que María Luisa Guardiola bravamente capitanea, es acortar las distancias. Entre la sociedad y los niños enfermos, pero también entre los padres y los médicos, entre los investigadores y los voluntarios, entre los colaboradores y los «pelones». Todos arrimando el hombro para soportar la devastadora irrupción del cáncer en los niños. Esa cercanía que expresa la contestación de Mercedes de la Fuente, voluntaria desde 1996 galardonada ayer con la medalla de Andex, cuando le preguntan por su cometido como acompañante de los padres de niños con cáncer: «Les miro fijamente a los ojos y sonrío». Ayer, los niños de la planta oncológica se encontraron, de regalo, con un montón de nuevos ojos que los miraron fijamente dispuestos a sonreír. Sí, María, hay alguien ahí.
16/2/11


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