La pregunta me la lanzó a bocajarro mi compañero durante los últimos 130 kilómetros mientras veíamos llover desde la Quintana de los Vivos. Es de esas preguntas que te desarman y la grabó en video, que daría para un documental ampuloso si fuéramos futbolistas o rockeros en pos de la gloria, pero sencillamente somos, a lo Pirandello, dos periodistas en busca de lector. Entonces, por qué. Sabiendo que tras esa cuestión inocente se esconde una motivación profunda que no sé explicar o que no se encontrar o una mezcla de ambas respuestas. Por qué me calzo las botas de cuatro leguas y me llevo una semana subiendo y bajando cuestas cargado con una mochila de la que está vez no ha sobrado ninguna prenda: todas las he usado.
No es por la naturaleza, por el contacto con el medio ambiente durante una semana, con ser esa una poderosa razón para mucha gente. Tampoco por un afán de superación que requiere esfuerzos y sobreponerse a contratiempos, aún sabiendo que muchos encuentran en esa capacidad de expandir los límites personales el más poderoso acicate que los empuja a andar.
A mi amigo Ignacio le mueve la belleza que encuentra a cada paso, en primer lugar la de la Creación, que hoy sábado, se nos mostraba apabullante en el puerto de La Paramera, pasado Ávila: las suaves laderas de verdor inacabable, salpicadas de retamas, contrastando con el fondo del macizo de Gredos envuelto en nubes, aferradas a las cimas con imprudente avaricia. O la sublime perfección con que hacen volar el botafumeiro, merced a la peregrinación de estadounidenses que se ocupó de pagar la tasa para que los demás disfrutáramos del espectáculo al final de la misa de peregrinos por la tarde. Bello espectáculo, pero creación humana al fin y al cabo. Además nadie recorre más de un centenar de kilómetros solo por ver cómo el artefacto inunda de humo el cimborrio. Eso es un añadido. Entonces, ¿por qué he hecho el camino?
Puede que por inercia en algún sentido, casi por paralelismo al año pasado cuando también huímos de la Feria y su hoguera de las vanidades. Pero eso tampoco lo explica todo. Ni en parte. Por qué alguien se arrastra con el tobillo como una bota durante cinco horas para completar la etapa en Sigüeiro como nos comentó el peregrino con quien nos cruzamos a la entrada del polígono industrial de Santiago el último día. Sigue sin ser plausible esa explicación.
Creo que en la motivación profunda de hacer este camino se cruzan, como en cada relato de vocación, dos deseos alineados de naturaleza distinta. Yo era consciente del primero, el que me correspondía a mí. Vine al Camino con el firme propósito de descansar, tal como lo recoge el evangelista Marcos en el fragmento sobre el que el canónigo lectoral dirigió una hermosísima ‘lectio divina’ una semana antes de partir: “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”. El camino a pie entre Ferrol y Santiago ha sido ese lugar desierto dónde descansar a solas con el Señor. Donde intensificar la oración, donde buscar con ahínco el horario de misas al final de cada etapa (¿por qué no sé dispone de una aplicación que lo facilite?), donde dejar su tiempo y su sitio a la acción del Espíritu. Y claro que actúa. Más de lo que imaginamos.
Escribo esta última reflexión del Camino 2025 en el monasterio de la Conversión de Sotillo de la Adrada, rodeado del cariño que siempre me muestran mis queridas hermanas agustinas. Todos los caminos llevan a Roma, pero en mi caso, todos los caminos llevan a Sotillo. Aquí acaba el viaje interior. El viaje exterior acabó el viernes en Santiago, cuando entrechocamos las manos con gesto de satisfacción. Pero ha habido otro camino por dentro, por las honduras del alma y ese itinerario nos ha traído hasta aquí.
Para que ello ocurra, han tenido que elegir Papa al cardenal Prevost, del que las hermanas son muy amigas, y que los hermanos de la Fraternidad hayan promovido un encuentro con madre Prado para saciar nuestra curiosidad por el Papa agustiniano que -me incluyo- sentimos como propio. ¿Se puede hilar más fino?
Todo eso ha sucedido por algo: nuestro camino, la fumata blanca, la intervención en Canal Sur radio, el vídeo de madre Carmen Toledano, el interés informativo, todo se ha dispuesto para algo que no alcanzo siquiera a vislumbrar. Pero tiene pleno sentido que con el tiempo se conocerá. Es una tierra prometida a la que he peregrinado; no sé dónde está, sólo me corresponde seguir andando hasta llegar a ella pendiente de las señales que la Providencia ha puesto a mi paso. Y estoy convencido de que han sido más elocuentes que los higos de granito y los azulejos estrellados que he visto por todas partes durante la última semana.


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