El domingo asistimos al estreno absoluto de una composición musical. O eso creí yo. En la radio del coche, cuando pasábamos por los campos de colza de Zamora (se ve que este año la cosecha va más tardía con las lluvias porque aun no era uniforme el amarillo reventón de las flores), sonaba un programa de Radio Clásica con el réquiem de Fauré y la primera audición de ‘Itinera 4.0’, un encargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España a Federico Jusid, compositor de la banda sonora de ‘El secreto de tus ojos ‘, entre otras películas.
En aquel momento me pareció que la emisión era en directo, pero luego en la página web de Radio Nacional estaba anunciado para el 28 de enero. En fin, no sé. Tampoco importa mucho porque venía a contar la segunda etapa de este Camino Inglés, más exigente de lo que esperábamos.
Pero me dio que pensar el estreno de esa obra para cuatro metales graves y orquesta, uno de cuyas partes se titulaba precisamente ‘Celeritas’. La presentadora del programa ‘Descubre’ vino a decir, para que los oyentes de la Logse y posteriores que no han estudiado Latín, que “acelerar viene de ‘celeritas’ “. H
He de decir que la composición original tenía momentos que Diazpe, cuyo oído musical es más refinado que el mío, definió como “atasco en Manhattan”, variación sobre un mismo tema del que Juan Miguel Vega bautizó como “Atasco en Torneo” a propósito de algunas nuevas marchas procesionales.
El caso es que veía pasar los autos raudos por la autopista que hemos cruzado por arriba y por abajo más de cuatro veces (como en la sevillana) y me daba por pensar justamente en la celeridad. En el contraste entre ir de Ferrol a Santiago en automóvil o a pie.
Nosotros, peregrinos al fin y al cabo, vamos a pie. A nuestro ritmo. O sea, lentitos. Cuando te duele una rodilla y los músculos se agarrotan no hay otra manera de ir. Cada uno a su ritmo, como la vida misma. El matrimonio de Coripe con el que hemos coincidido se esperan mutuamente y se cuidan recíprocamente. Diazpe y un servidor no somos matrimonio (evidentemente) pero también nos esperamos y cuidamos del otro. Salvo la hora en que decretamos silencio y yo descargo la mochila de oraciones mientras él escucha música. Pero no hay celeridad en nuestro movimiento.
Ni intención de tenerla. Las plantas crecen sin prisa, los gazapos (vimos tres pequeñísimos en torno a su madre) tampoco aprenden con celeridad. Y el agua, que llena las acequias y orla los prados de ganado como dicen el salmo, solo se acelera cuando hay un desnivel y cae veloz causando fragor. Pero los automóviles -y el tren a lo lejos- se mueven veloces y acelerados con viajeros o mercancías que tienen que viajar de un lado a otro para su entrega a tiempo o para una cita con el médico o para gestionar la pensión. Quién sabe por qué nos movemos tan acelerados.
En el camino, sin embargo, es todo lo contrario. Por lo general, voy yo en cabeza e Ignacio me sigue los pasos aunque hoy ha sido al revés la mayor parte del tiempo. Renqueante de la rodilla derecha, no era capaz de darle alcance a pesar de que mi amigo andaba una decena de pasos por delante. Las piernas no me respondían y tenía que conformarme con ir a rebufo, experimentando lo que supone la limitación física. Simplemente no podía caminar al ritmo que mi cabeza quería.He escuchado muchas veces en boca de no pocos peregrinos que hacer el Camino es una forma de probarse, casi como un test físico para descubrir la capacidad propia y la habilidad individual. Yo prefiero, no obstante, considerar que el Camino es un banco de prueba pero de las propias limitaciones. Para saber todo lo que no puedo hacer aunque me gustaría. En ese sentido, una verdadera y hermosa escuela de vida para descubrir las flaquezas, las impedimentas y todo lo que determina nuestro comportamiento vital. Algún día, Dios quiera que sea dentro de mucho, otro me ceñirá y me llevará a donde no quiero. Y eso también se va aprendiendo en el Camino, además de extasiarse con el canto de los pájaros en medio del bosque (aun siendo de eucaliptos) y disfrutando de la armonía que encierra la naturaleza. Todo me habla de sosiego de paz y de tiempo lento.
Nosotros vamos adaptando ese ritmo y paramos aquí o allí para tomar un refresco o sencillamente descansar sin mirar el reloj y sin sentir remordimiento por perder el tiempo. La celeridad, para los que aceleran. A los conductores, la velocidad máxima se la indican las señales de tráfico. A nosotros, las señales del cuerpo: cansancio, agotamiento, dolores… todo eso que algún día (Dios lo quiera) llegará.


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