El filósofo francés hace brotar la religiosidad popular de «los labios carnosos de un beso»
Sabedor de que la mejor defensa es un buen ataque, el filósofo francés Fabrice Hadjadj desplegó ayer todo su arsenal contra la «religión sapiente», a la que ve más cerca del paganismo que la religiosidad popular.
Puede que quienes no hubieran oído hablar de Hadjadj se sorprendieran del tono combativo, provocador y socarrón tanto como del esquema de su disertación, mediante videoconferencia desde Francia, en el congreso de Hermandades. Estuvo comedido, pero tomar una copla andaluza como eje de su ponencia fue atrevido. Desde luego, genuina marca de la casa.
«Todo el problema, el misterio de la religiosidad popular se encuentra aquí: el escándalo y el amor, la blasfemia y la devoción», dijo antes de recitar la copla de su propia traducción: «Bonita,cuándoseremos/comolospiesdel Señor/ unoencimadelotro/unpequeñoclavoentrelosdos» . Y de esa fuerte carnalidad –«envilecimiento, sacrilegio, voluptuosidad»– construyó su tesis de que la copla (no se privó de jugar con la palabra cópula que tanto se le asemeja fonéticamente) «contiene más teología de la que un sabio moralizante puede llegar a constatar a primera vista», porque en el cante está «lo eterno y lo cotidiano, lo más espiritual y lo más carnal en una especie de cortocircuito».
Fue la primera andanada contra la «religión de los sabios», pero luego vinieron muchas más. Dijo que la visión elitista de la práctica religiosa considera la religiosidad popular «inferior» como el pop frente a la música clásica y a partir de ahí se extendió en una larga digresión sobre Séneca y la lucha contra la superstición, etimológicamente la súplica a los dioses para que los hijos sobrevivieran.
En un arriesgado salto sin red, Hadjadj asoció la superstición y sus rituales «a la búsqueda de un resultado» a la «lógica técnico-comercial» que subyace en «una tecnocracia primitiva»: «Se juntan las manos de la misma manera que se aprieta un botón».
«La piedad popular regresa por similitud porque el tecnocientifismo y la superstición obedecen al mismo paradigma tecnocrático», dijo antes de sentenciar: «No se trata de abrirse a la divinidad que supera nuestros planes, no tanto como traer a nuestros planes una divinidad que no es más que una ventaja competitiva en la lu
cha por la supervivencia. El proyecto del hombre cibernético es la superstición 2.0» que cambia «el rosario por el smartphone».
A partir de ahí, su disertación ahondó en la contraposición del «dios para los filósofos con los dioses para el pueblo». «Lo racional y lo devocional no logran entenderse», dijo, asimilando la primera opción con el reduccionismo del hombre al alma y la segunda, con la reducción al cuerpo.
En medio se sitúa el anuncio del Evangelio, que supera el espiritualismo y el materialismo porque es «una espiritualidad de la encarnación, no es una reducción dialéctica, es el mis
terio que desciende de las alturas», apuntó Hadjadj antes de contraponer el pensamiento del «doctor eximio», el jesuita Suárez, con los autos sacramentales de Calderón de la Barca. Se detuvo pormenorizadamente en ‘El mágico prodigioso’.
El remate de su conferencia ensalzó la piedad popular, en la que observa «riquezas y riesgos». «Dios ha asumido el riesgo de todas las distorsiones y todos los malentendidos, pero este riesgo está a la altura de su misericordia», dijo antes de asimilar la «práctica ortodoxa» y la «religiosidad popular» a los votos esponsales en el templo y el acto carnal de consumación del matrimonio en la cama.
Volvió entonces a la copla del principio de su intervención para dejar dibujada la última pirueta intelectual: «Lo profano popular que brota de la piedad popular que brota de los labios carnosos de un beso que brota de la loca sabiduría de la encarnación».


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