La noticia era lo suficientemente desasosegante como para quedar petrificado con semejante titular: “El regreso de la eugenesia: una empresa ofrece seleccionar embriones por su inteligencia”. No hace falta haber visitado el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau para saber a dónde nos conduce esa resbaladera moral.
Luego, en el cuerpo de la información, se daba cuenta de que una ‘start-up’ de biotecnología estadounidense ofrece a los padres la posibilidad de “identificar y elegir los embriones con el cociente intelectual más alto” por un desembolso de aproximadamente 46.000 euros que permite rastrear el genoma de 100 embriones hasta dar con el que mejor se comporte en la puntuación de riesgo poligénico para el subrasgo de la inteligencia. Ya hay bebés en camino, decía la noticia.
Que serán (o no) más inteligentes que sus potenciales hermanos desechados. Las implicaciones éticas son de tal calibre que no las vamos a subrayar aquí. Simplemente, preguntémonos por el deseo paternal de engendrar individuos con mayor coeficiente intelectual como una pulsión prometeica de forjar al superhombre en busca de la felicidad.
Se buscan niños más inteligentes, pero ¿no más buenos? No con más habilidades para triunfar y tener éxito en la vida (todo es tan relativo que asusta) sino con más virtudes para obrar rectamente y trabajar por el bien común. Sabemos que no hay gen que determine la bondad. Esta se aprende por ósmosis en nuestras relaciones con independencia del nivel intelectual.
La historia está llena de psicópatas y sociópatas con coeficiente superior a la media tanto como de buenos, sin más, que “guardan, cual venta del camino, para el sediento el agua y para el borracho el vino” como decía Machado.
Publicado originalmente en Pastolal SJ.


Deja un comentario