Cardo Máximo

La web de Javier Rubio: Columnas periodísticas, intervenciones radiofónicas, escritos…

Viaje a Cracovia / tercer día

Si esta crónica la firmara el periodista que todavía soy, el relato estaría plagado de contratiempos, inconvenientes, contrariedades, demoras y planes desbaratados, narrados con la pluma mojada en acíbar que caracterizaba mi escritura, según describió un amigo al que siento como hermano. Pero como este diario lo firma el peregrino que ahora soy, todo acabó saliendo bien porque contemplamos los ojos dulces y a la vez tristes de la Virgen de Czestochowa. Y vivimos una eucaristía íntima, hermosa en su sencillez, ungida incluso en sus despistes. 

A decir verdad, tendríamos que ver la jornada en un espejo. Lo que en la realidad queda a la derecha, en la imagen virtual que nos devuelve el azogue está al otro lado. Lo que habían sido nuestros planes y horarios, la Providencia los había puesto del otro lado, para que caigamos en la cuenta de que está por encima de nosotros. 

Este juego del espejo va más allá, desde luego, con una de esas coincidencias que la Providencia nos reserva conocer sólo cuando lo estima oportuno: en Cracovia, como en Sevilla, también hay una parroquia dedicada a San Juan Pablo II, en el mismo barrio donde está el hotel. En Cracovia, como en Sevilla, la parroquia de San Juan Pablo II sólo dispone de un solar y hay que construir el templo; el sacerdote a quien le han encomendado la feligresía -allí como aquí- empezó por hincar una cruz en el solar en torno al que empezó a congregarse los parroquianos para rezar cada viernes. En Cracovia, como en Sevilla, dan las misas en una caracola prefabricada mientras reúnen los fondos necesarios para acometer el proyecto. “Diosidencias”, como dicen las HAM en sus videos… 

Así que pasemos el día por el espejo con el que debemos mirarlo para entender lo ocurrido. Todo se nos había puesto en contra al salir del santuario de Kalwaria en el que está reproducido el plano de Jerusalén como una ciudad trasplantada a Polonia, a doce kilómetros del Wadowice natal de Karol Josef Wojtyla. Allí habíamos rezado el viacrucis, no por la montaña, lo que nos hubiera llevado varias horas para completar los cinco kilómetros de distancia entre la Puerta Dorada y el Gólgota, sino por el claustro entre misa y misa. 

Misa repleta con gente de pie en el patio atenta a los altavoces. Las mujeres de la expedición leían la parte de Santa Faustina en el diálogo con Jesús del comentario de las estaciones. Los textos eran aśperos como un escoplo para cepillar la madera de pecador de la que estamos hechos todos. Hubo quien no pudo terminar de leerlos, con un nudo en la garganta. Y hubo quien no los podía escuchar porque sonaba a un tiempo las campanas y los altavoces con canciones religiosas invitando a la misa de once. 

Esa contrariedad, sin embargo, terminó por unirnos aun más, todos arrodillados en la duodécima estación que evoca la muerte en la cruz con el ruido en contra mientras los feligreses cruzaban el patio extrañados de encontrarse allí un grupo tan numeroso rezando en una lengua que no entendìan. 

En realidad, los contratiempos del día nos fueron ahormando y uniendo en la adversidad, como pronto comprobaríamos. Camino de Czestochowa, el autobús se tuvo que dar media vuelta cuando llevaba recorrido una quincena de kilómetros porque el autocar encontraba más adelante un gálibo insalvable. No tenía que estar en esa carretera, pero lo estaba. 

Tocaba desandar el camino con la incertidumbre de llegar a tiempo para la comida apalabrada en Czestochowa y la hora reservada para celebrar la misa en el santuario de Jasna Gora. Pero lo peor estaba por delante, en la circunvalación de Cracovia a la que tuvimos que volver. El atasco era monumental, de los que se forman en las ciudades el dia del maratón: la carrera reina del atletismo complicaba el tráfico y que pudiéramos cumplir el horario. 

Pero lo peor estaba por delante otra vez, unos kilómetros más allá: dos camiones de bomberos, un patrullero de policía y una ambulancia pasaron por la autovía abriendo a su paso los coches parados como Moisés separó las aguas del Mar Rojo. El susto quedó en nada porque cuando al fin conseguimos rebasar la causa del colapso circulatorio, no pasaba de una rotura de la junta de culata o su equivalente. 

Al final, todos los obstáculos nos habían demorado casi dos horas sobre el horario previsto. Un desastre en todos los sentidos. Pero lejos de expresar malhumor o rabia por los planes que se verían frustrados, una extraña sensación de calma había invadido el autobús. La hermana Teresa dirigió un rosario que nos dio una lección de confianza y abandono, esas dos grandes virtudes tan necesarias en la vida espiritual. Vino a decir que la Virgen de Czestochowa nos estaba esperando igualmente no importaba a qué hora fuéramos a llegar y que todos los planes que se nos habían torcido por la mañana tendrían algún sentido. Hasta la tarde no encontraríamos la clave de interpretación. 

Al final, no comimos ni por la hora acostumbrada en Polonia ni por la hora española, sino casi a la hora en que el restaurante empezaba a preparar el servicio de cenas. Pero allí estábamos sin una mala cara ni ningún reproche, admitiendo los contratiempos como habían venido. 

En el santuario de Jasna Gora nos esperaba, a pesar del retraso, la hermana Teresita, responsable de las guías culturales, que se las sabe todas para hacer que el grupo no se le duerma con las explicaciones y los chistes precocinados aunque acabáramos sin enterarnos de lo que era verdad verdadera y lo que era pura invención para atraer la atención de los visitantes. En su descargo, también se reía de sus propios defectos. 

El caso es que fuimos a contemplar el icono de la Reina de Polonia mientras se celebraba la misa en la basílica, que no debe ser muy frecuente: quién sabe si hicieron una excepción con nosotros dadas las circunstancias. Pasábamos mientras consagraba el oficiante, que tras la oración sobre las ofrendas se volvió de espaldas para la plegaria eucarística. Las paredes rebosantes de exvotos hablan de la devoción del pueblo polaco, que seguía con unción la misa mientras nuestro grupo pasaba por el trasaltar. 

De allí, casi a la carrera a través de pasillos y patios, a la capillita de San Juan Pablo II para celebrar la eucaristía una hora más tarde de lo previsto, cuando ya el siguiente grupo, de estadounidenses, se aprestaba a iniciar la suya. Sin misal ni leccionario, la última contrariedad del día, oportunamente salvada gracias a los dispositivos móviles.

Y a la unción con que celebró la asamblea, guiada por su presbítero. El suspiro de alivio con el que comenzó la homilía era el mejor resumen de la situación que habíamos vivido toda la jornada. Pero qué lección más hermosa habíamos aprendido: “Hubiera celebrado misa dominical aunque fuera en el autobús con una gota de vino en una mano y una miga de pan en la otra como el cardenal Van Thuan”, encerrado por el régimen comunista vietnamita. 

En aquella capillita con una reliquia de sangre de San Juan Pablo II y enmarcada con dos enaras de inconfundible apariencia del Camino Naocatecumenal, el vicario presentó a María como “madre, guía y consuelo en mitad del sufrimiento”. Había partido de una confesión propia del primer día que se sentó ante la Virgen de la Angustia de los Estudiantes en mitad del huracán vocacional que se le había desatado en el corazón: “Ese día, yo que no era para nada mariano, sentí que la Virgen lloraba conmigo”. 

La misa nos reconfortó más allá de lo habitual. Sentíamos -o sentí, porque sólo puedo hablar por mí mismo- que todos los avatares del día vuelto del revés habían valido la pena para llegar a ese momento único, memorable y grandioso de la comunión en Czestochowa. Salimos de allí más contentos de lo que habíamos entrado y mejor humorados. 

La Reina de Polonia nos había estado esperando todo el tiempo como nos había dicho la hermana Teresa. Para beber el cáliz amargo del que hablaba Jesús en el Evangelio del domingo, “necesitamos el beso de María que nos mira con sus ojos dulces y tristes”, como había dicho el vicario en su prédica. 

A la vista del sufrimiento que observamos a nuestro alrededor, el beso mariano que nos habíamos llevado de Czestochowa era a todas luces excesivo para sólo dos horas de retraso y una visita a uña de caballo como la que habíamos tenido. Nos sentimos, después de todo, muy agraciados por la Virgen. La hermana Teresa estaba en lo cierto. El espejo no se equivocaba: es que estábamos mirando la realidad de espaldas. 


Comentarios

Una respuesta a “Viaje a Cracovia / tercer día”

  1. Avatar de rafaguilarsanchez
    rafaguilarsanchez

    Mañana la leeré con más tranquilidad. Abrazos y buen viaje.

    Yahoo Mail: Busca, organiza, conquista

    Me gusta

Deja un comentario