Cardo Máximo

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Ser en la vida romero

El título no es mío, pero es tan hermoso… Hubo un tiempo en que me sabía esos versos de memoria y los recitaba en el colegio, creo que en clase del hermano Mauro, quien afianzó mi vocación de escribidor, esa que me lleva ahora a hilvanar cuatro letras recostado en la cama de un hotel de Orense para empezar mañana a andar hasta Santiago de Compostela.

Muchos me habían pedido que escribiera a diario con lo que me fuera pasando por fuera, pero me pareció deducir que esperaban también que les fuese relatando lo que sucede por dentro. 

Y resulta que la Providencia -me niego a decir un azar tonto- nos llevó hasta Tábara, en Zamora, entre los valles del Tera y el Esla cerca de la comarca de Aliste. Habíamos previsto comer en otro restaurante, pero cuando llamé para hacer la reserva nos dijeron que solo servían menus de degustación al precio de 55 euros. Como nos pareció que excedía de nuestras aspiraciones de mochileros cincuentones, activamos un plan B.

Al tuntún, escogí el restaurante El Roble junto al albergue del mismo nombre Dios sabe por qué. No estaba lejos. En Tábara, que resultó ser el pueblo donde nació León Felipe, poeta del exilio en México. A él está dedicado el monumento en la plaza mayor. Fue verlo y ponerme a recitar versos sueltos encapsulados demasiados años en alguna circunvolución cerebral. 

Hasta que busqué en el navegador y lo hallé: 

Ser en la vida romero, / romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.

Ser en la vida romero, / sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero…, sólo romero. / Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo / pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, / ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo, / ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos […]

Y me pareció que esos versos en el frontispicio de esta peregrinación a Compostela eran una declaración de intenciones. Que cualquier cosa que fuera a decir ya lo había dicho antes León Felipe para desasirnos de los apegos, materiales o afectivos, como un romero al que nunca se le concede la oportunidad de volver sobre sus pasos, siempre adelante y siempre arriba: ultreia et suseia.

Y eso justo es lo que haremos a partir de mañana desde Orense: pasar por la vida ligeros, sin que hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo. 

Antes de eso, a la atardecida paseamos por Orense y nos colamos en la catedral para admirar el pórtico de la Gloria, anticipo del que nos aguarda en Santiago, como un libro que se abriera y se cerrara con el mismo capítulo contado de dos formas diferentes. 

Así que con ese propósito de ser en la vida romero iniciamos nuestra peregrinación. Buenas noches 


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