Cardo Máximo

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Buscando una señal

Nos lo habían advertido:  a la salida de Orense, el camino se empina. ¡Y vaya si se empina! Cruzas el Miño, caudaloso y joven todavía, y empieza la subida. El suelo está enlosado con piedra pero el desnivel es impresionante. 

Nos vino bien llevar unos kilómetros andando, lo suficiente para calentar el cuerpo y que no nos pillara de imprevisto esa ascensión dura y sin facilidades. Hay aproximadamente unos 600 metros de desnivel desde el cauce del río hasta coronar el monte camino de Tamallancos. Muy exigente, muchísimo.

Subimos en silencio. Una hora sin hablar nada, todo lo más para preguntarnos algo rápido. Ignacio se colocó los auriculares y yo agarré el rosario. Hicimos bien en subir sin hablar, para ahorrar esfuerzos, para no darnos ocasión de refunfuñar o bufar mientras el camino trepaba. Para entonces, ya se nos había habituado la mirada a encontrar las flechas amarillas que jalonan el camino.

Es curioso cómo las hallas cuando te dispones a caminar y quieres seguir un camino, el que lleva a Santiago, y no cualquier otro de los muchos que se pueden recorrer. Buscamos una señal que nos guíe. Nosotros en nuestra peregrinación pero también todos en el día a día: una flecha que alguien puso en un mojón de carretera o el reverso de una señal de tráfico o en un poste de la luz que nos confirme que caminamos en la dirección correcta.

Qué gran enseñanza para la vida espiritual cuando nos sentimos perdidos y damos tumbos alrededor sin encontrar el camino que conduce a la meta de nuestros pasos. 

Encontrar las flechas amarillas se hace especialmente difícil en la ciudad. Aunque se trate de una tan pequeña como Orense. La variedad y el número de estímulos nos confunde y, por momentos, creíamos que habíamos perdido nuestro camino hasta que volvíamos a ver una chincheta en el suelo o un azulejo en la pared o lo que fuera. 

En un momento determinado, mi amigo hizo lo que cualquiera haría si sospecha que se ha perdido: preguntar al que sabe, a un taxista en la ciudad o a un maestro espiritual en la vida. Alguien como San Juan de la Cruz que tiene dicho en su Subida del monte Carmelo cómo proceder para que se eleve el alma. 

En eso iba pensando mientras trepábamos por aquellas revueltas del camino, cada vez más alto y más lejos de Orense. Cargados con nuestras mochilas y ayudados cada uno de un bastón que nos servía de punto de apoyo en la subida. Hubiera sido mejor hacerlo descargados, como la chica que paseaba a su perrito por delante de nosotros. Hasta que consideró que el paseo era suficiente y se giró sobre los pies, de vuelta hacia abajo. 

Al peregrino, sin embargo, no se le permite volver sobre sus pasos. Siempre adelante, aunque el camino esté embarrado o cubierto de agua como nos pasó en el puente de Sobreira. A esas alturas, cumplidos los veinte kilómetros, el cerebro estaba perfectamente entrenado para descubrir las flechas amarillas del camino. Todo es ponerse. Como en la vida espiritual. Siempre adelante y más arriba: ultreia et suseia. 

Hasta mañana desde el albergue de Cea.


Comentarios

Una respuesta a “Buscando una señal”

  1. Avatar de
    Anónimo

    Maravillosa crónica. Ánimo que la meta espera y el Monte del Gozo os dará la bienvenida. Desde lejos os ayudamos a encontrar y descubrir las flechas con la oración. Un abrazo Javier y compañía desde Oviedo.🙏🙏👏😘

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