Cardo Máximo

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«El que dice que el proceso a Jesús fue justo»

Texto de la presentación del libro «Proceso a Jesús» de José María Ribas Alba en el salón del Círculo de Labradores de Sevilla el 25 de noviembre de 2013:

Muy buenas tardes, queridos amigos, antes que nada quiero expresar mi gratitud por su presencia hoy aquí en este acto literario así como mi profunda satisfacción por el honor que Pepe Ribas me hace al permitir que presente en sociedad su libro.

proceso01.jpgA mí; que no soy versado en Derecho ni en las Escrituras y que a todo lo más que llego es a una hermandad de portada ya que el cuadro de Antonio Ciseri que cuelga en el Palacio Piti de Florencia !Ecce homo! también aparecía ilustrando mi libro, «El Evangelio según Sevilla», que por ahí anda dando tumbos. Habrá que aclarar de inmediato que ese óleo es lo único que tienen en común ambas obras, porque donde un servidor ponía guasa, Ribas pone rigor formal; y donde yo añadía superficialidad, el autor que hoy nos ocupa suma erudición.

Y eso es lo primero que llama la atención en «Proceso a Jesús», el vastísimo despliegue de notas y bibliografía que el autor pone ante los ojos de sus lectores para certificar que no estamos ante una obra de tesis, un ensayo más o menos afortunado sobre el proceso -o los procesos, como él bien aclarará, supongo, cuando tome la palabra- al Nazareno crucificado no se sabe con exactitud en qué año desde la fundación de Roma en Jerusalén de Judea en tiempos de Poncio Pilato, como reza el credo cristiano.

Se trata pues de una obra científica, un pormenorizado estudio del estado de la cuestión en torno a la causa penal que desembocó en la crucifixión de un personaje histórico sobre cuya existencia real no caben dudas. El abrumador aparato crítico de la obra es fruto de una concienzuda labor investigadora que se ha prolongado en el tiempo por casi un cuarto de siglo. Esto, que suena muy formal, se puede decir al sevillano modo: señores, esta no es la obra de un indocumentado que junta tres conceptos de aquí y de allí, se lee la Misná en una tarde y concluye que la condena a Jesús fue injusta para llevar la contraria a todos cuantos antes que él habían afirmado exactamente lo contrario.

Ea, ya está el toro en la plaza, dirán ustedes. Pues sí, porque a Pepe Ribas -si lo sabré yo, que vivo de esto- lo va a perseguir toda su vida el titular de un despacho de una agencia de noticias en el que se entrecomillaba una de las frases en que el periodista había resumido su entrevista a propósito de la publicación del libro.

Inciso malicioso: hay que ver lo que dan de sí los títulos y las tapas de los libros sin necesidad de leerlos. Últimamente dan hasta para que el Parlamento -llévense las manos a la cabeza, mésense los cabellos-, inste la retirada de volúmenes que nadie ha leído pero de los que todo el mundo se cree con derecho a opinar.

Pues bien, retomando el hilo conductor de esa entrevista a la que aludía, a Ribas con más de veinte años de magisterio en Derecho Romano en la Universidad de Sevilla, autor de tres libros de su especialidad además de otra producción que encuadraríamos como miscelánea y decenas de artículos en revistas especializadas, digo que Pepe Ribas va a pasar a la posteridad de esta veleidosa y puñetera ciudad como «el profesor que dice que el juicio a Jesús fue justo».

No es broma. En la redacción de ABC de Sevilla, en cuanto se enteraron de que iba a presentarle el libro, hubo un compañero que me pidió su teléfono con ese vocativo: «El que dice que el proceso a Jesús fue justo».

proceso06.jpgEl dirá ahora por qué y lo argumentará aunque, por supuesto, de manera mucho más resumida de como lo hace en el libro, a ver si van a creerse, querido público, que un libro de trescientas páginas sale de una tirada como quien echa un huevo a freír. El caso es que el sobrenombre del que dice que el juicio a Jesús fue justo le viene estupendamente a nuestro autor. Por más que haya tenido que soportar los dicterios de esa masa especialista en colgar etiquetas a partir del título o la mínima recensión que ofrece un cable de agencia cuyo extracto publican los diarios.

Y a Pepe Ribas lo han llamado de casi todo: han dicho de él, figúrense los que bien lo conozcan, que es ateo y que es un producto típico de la Logse por el desconocimiento que se le presupone sobre una materia tan controvertida y espinosa como el calvario (nunca más oportuna la expresión) judicial de un galileo que cometió la osadía de proclamarse Hijo de Dios y rey de Israel hace dos mil años mal contados. Y todavía seguimos a vueltas con esa historia.

Más pronto que tarde, a nuestro querido autor le alcanzará el anatema que Sevilla guarda para los réprobos sin remisión por haber contradicho la versión más correcta desde el punto de vista de la ciudad de que el juicio fue inicuo y la condena injusta por saltarse varios preceptos de una compilación penal recogida por escrito a menos siglo  medio después de cuando sucedieron los hechos.

La imprecación será algo así como: «Otro que nos quiere dejar sin Semana Santa», porque puestos a leer con atención y minuciosidad los detalles contenidos en «Proceso a Jesús», no se pueden hacer ustedes idea del descaste de pasos que íbamos a tener: empezando por los Panaderos con el Prendimiento y acabando con el barco de la Amargura, de la criba no se salva el 90% de los pasos de misterio sevillanos.

Claro que a nosotros, y Ribas es uno de nosotros por acreditadas muestras que ha dado en sus escritos, nos va la anacronía y hasta un punto de locura con el intercambio de papeles y el cruce de fronteras que El Pelao, capitán de la centuria macarena por la gracia de Dios, resumió como nadie aquella vez que entrando en la Campana sentenció por las bravas ante un micrófono: «Si llegamos a estar allí, a Jesucristo no lo fusilan (sic)”. ¿Se puede tener más arte a la hora de pasarse de bando y traicionar al Pájaro y lo que representaba en el orden imperial?

Pero luego resulta que no. Leyendo «Proceso a Jesús» uno llega a la conclusión de que las cinco cohortes de infantería y un ala de caballería romanas que tenía a su disposición la autoridad estaban allí para ejecutar a un tipo potencialmente muy peligroso cuyo mensaje mesiánico podía inflamar las aspiraciones nacionalistas de aquella levantisca provincial oriental del Imperio.

O sea, que a no ser que desertaran los armaos de la tercera cohorte y se unieran a Espartaco para matar los toros de Gerión, la admonición del Pelao tenía pocos visos de ser realidad. Y que el prefecto, lejos de ser el político atribulado influido por su mujer que el genio de Castillo Lastrucci subrayó con el prodigioso ceño fruncido del Pilato de la Calzá, era en realidad un espadón (a esta vieja definición española le cabe como un guante la atribución en exclusiva del ius gladii) al que las sutilezas del derecho procesal judío cansaban casi tanto como las intrigas políticas de los grupos de la época.

La gran virtud, por encima de muchas otras que atesora, de esta obra es la de presentarnos la fe cristiana -hablamos ahora de religión y no de Derecho- mucho más cerca del judaísmo del que nace en un momento concreto de la historia en un contexto determinado que todas esas mixtificaciones a lo largo de la historia para presentarnos la iniquidad del pueblo judío dando muerte a un inocente por un delito, al fin y al cabo, de opinión.

Y ya puestos, salvando a los romanos -puesto que nos consideramos hijos suyos y de su colosal obra civilizadora en el Mediterráneo- como cooperadores a rastras de la ejecución. Sólo que de la lectura de este libro se concluye de manera bien distinta que Jesús el Nazareno había atentado de palabra contra el orden establecido tanto por los judíos como por los romanos al declararse en contra del Templo y de la majestad imperial.

¿Qué otra cosa podían hacer que darle muerte a quien de manera tan elocuente desafiaba a ambos poderes? Estoy convencido de que ni a Pepe Ribas ni a muchos como él, amantes del Derecho, les agradaría abrazar una fe cuya primera expresión nace de la prevaricación de unos jueces.

Lo cual nos lleva a otra dimensión reflexiva que escapa por completo del objeto de libro -centrado como su subtítulo indica en el examen del derecho, la religión y la política en la muerte de Jesús de Nazaret- pero que quiero dejar aquí apuntado antes de ir concluyendo por si el autor quiere extenderse ahora con más detenimiento.

¿Hasta qué punto una sentencia absolutoria como reclaman quienes sostienen que el juicio fue nulo de pleno derecho por saltarse las garantías procesales del reo hubiera supuesto el incumplimiento de las profecías que venían prefigurando la aparición del mesías que esperaba Israel?

Y hasta qué punto los personajes que intervienen en el proceso son libres de actuar de forma contraria a como lo hicieron, lo que nos lleva como en el cesto de cerezas a una inagotable discusión sobre el libre albedrío y la formación de la voluntad por un lado y a cualquiera de las tesis de los monofisistas si escogemos el otro camino del jardín donde se bifurcan los senderos.

Soy consciente de que me estoy yendo por las ramas de un frondoso árbol inabarcable no aquí ni ahora, sino con toda la eternidad por delante, pero quiero dejar a la consideración del auditorio qué hubiera pasado si el prefecto hubiera tomado a Jesús como un orate cuyo castigo no habría pasado de los tremebundos latigazos que Mel Gibson nos mostró en su sanguinolento retrato cinematográfico de la Pasión y lo hubiera absuelto de la pena capital. Tal es lo que sucedió con otro Jesús, hijo de Ananías, del que se da cuenta en el libro.

O si el favor populi hubiera decantando la liberación del galileo en lugar de Barrabás. Acabo, ustedes sabrán disculparme, con otra anacronía tan de mi gusto: ¿fue la de Barrabás la primera aplicación con carácter retroactivo de la sentencia de Estrasburgo contra la doctrina Parot?

Como confío en que ahora el autor no haga caso de estas mis provocaciones finales, lo mejor será que lean el libro y pasen un rato de provecho a la par que entretenido. De eso se trata: de leer el libro.

Muy buenas tardes y gracias por su atención.


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