Cardo Máximo

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Dijo Yahvé a su siervo Moisés en el monte Nebo al que lo condujo desde la tierra de los moabitas mostrándole el vasto territorio que le tenía reservado a los israelitas: “Esta es la tierra de la cual juré diciendo: A tus descendientes la daré. Yo te he permitido que la mires con tus ojos, pero tú no cruzarás allá”. Y, en efecto, allí murió quien había conducido al pueblo elegido desde la esclavitud bajo la férula del faraón en Egipto hasta la tierra prometida, pero nunca pudo poner el pie en ella.

Arenas es el Moisés de la derecha andaluza. Nadie como él ha hecho tanto por esa porción del electorado (mayoritaria, según las últimas elecciones) que suspira con llegar al poder de la Junta de Andalucía, la única administración autonómica que no ha cambiado de manos en España en treinta años de historia democrática.

Él ha conducido a sus militantes por la travesía del desierto alimentándolos con el maná que les caía de los ayuntamientos, pero finalmente no podrá pisar la Presidencia de la Junta de Andalucía para la que llevaba preparándose a conciencia desde la inesperada derrota del PP en las generales de 2004 tras el mayor atentado terrorista de la historia de España.

El hecho de que su renuncia a continuar como presidente del PP andaluz a un mes del congreso regional del partido significa que Arenas se aparta definitivamente de la que ha sido su misión en la vida política, probablemente sin saberlo, desde que se inició como juvenil en la UCD de Suárez, versión democristiana de Óscar Alzaga. El líder del PP puede retirarse a la política nacional con la satisfacción de haber puesto en pie una estrategia que, por vez primera en treinta años, les dio la victoria en las urnas el pasado 25 de marzo. Pero nada más.

“Hasta aquí hemos llegado”, la primera frase que salió de sus labios tras conocerse el triunfo estéril en los comicios autonómicos, era, en el fondo, un anticipo de la opción personal que finalmente le lleva a alejarse de un cargo que ha moldeado todos estos años a su imagen y semejanza.

La forma del anuncio, un mes por delante del cónclave más decisivo del centroderecha andaluz en su vida partidista, y la renuncia complementaria de Antonio Sanz como secretario general de la organización en Andalucía sugieren que, esta vez, Arenas está dispuesto a cortar los tutelajes que estableció, por ejemplo, con Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz y candidata en las elecciones de 2000 y 2004. En aquella ocasión, Arenas se fue a Madrid pero incrustó en el equipo de su sucesora a tiempo parcial su guardia de corps personal.

En ese sentido, la carta de despedida remite –aunque no en las formas, por supuesto irrepetibles- al Fraga tonante rompiendo la renuncia en blanco de Aznar en el congreso de Sevilla donde se consumó el relevo que permitió al PP llegar al Gobierno central: “Ni tutelas, ni tu tías”.

La gran diferencia con aquel congreso de la refundación del centroderecha es que no se avizora en el horizonte quién pueda reemplazar a Arenas. Los liderazgos fuertes –y Arenas ha ejercido, sin duda, el más fuerte de la política andaluza- tienen su revés en la carencia de relevos naturales, porque el líder exige de sus subordinados una entrega tan incondicional que hace imposible que florezcan alternativas a su ordeno y mando. Cada sistema solar tiene un solo astro.

El PP se encuentra, paradójicamente, en su mejor momento histórico. Gobierna once de las doce ciudades mayores de 100.000 habitantes en Andalucía y cinco de las ocho diputaciones provinciales. Es el grupo mayoritario de la Cámara autonómica y… sin embargo, no se ve quién puede ser el sustituto de Arenas más allá de quién pueda ir asumiendo por separado algunas de las tareas que venía ejerciendo: la portavocía parlamentaria, la presidencia del partido, el control interno de la organización… Tal vez sea ésa la fórmula que se pretenda hasta que cuaje un líder por encima de sus pares.

Arenas se queda en el monte Nebo sin pisar la tierra que mana leche y miel como le pasó a Moisés. Los israelitas lo tuvieron más fácil que los militantes del PP para elegir al sucesor que los conduciría a la tierra prometida: fue Yahvé el que ungió a Josué. Sólo que en el congreso de julio no está prevista concederle acreditación a la intervención divina.

12/6/12

 


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