LOS JÓVENES airados que han pasado la noche encerrados sin dormir constituidos en asamblea permanente –Dios, qué dolor de cabeza sólo de pensarlo- en la antigua Fábrica de Tabacos creen haber hecho historia. Suponen que el mapa de tendencias en la red social más comúnmente usada así se lo corrobora. El ‘no se habla en Sevilla de otra cosa’ traducido a la segunda década del siglo XXI, vamos. No es cuestión de quitarle mérito a pasarse la noche en blanco y pegándose la paliza del ‘vamos a respetar el turno de palabra, compañeros’, pero a ciertas edades uno aguanta eso y más. Todos alguna vez creímos que una asamblea nocturna o una manifestación multitudinaria iban a convertirse en acontecimientos históricos. Nuestra propia insignificancia necesita aferrarse a esos hitos con los que levantarnos la moral de combate; necesitamos imaginar que nuestras huellas son las primeras, aunque luego venga el viento o la marea a borrarlas: si lo sabrá un servidor, que hace de este hormiguero de letras su delicuescente mojón cotidiano.
La historia, sin embargo, resulta ser otra cosa. Algo inalcanzable a nuestra complaciente mediocridad, como intuimos al descubrir que otros ya volvieron de allí adonde queríamos ir o que otros ya se alzaron sobre los hombros de gigantes para llegar mucho más alto de donde estamos ahora. La Universidad enseña eso justamente: la impresionante galería de retratos de Harvard con los premios Nobel egresados de sus claustros podrá parecernos todo lo decadente y pequeñoburguesa (a ver si me paso por las asambleas, porque hasta la retórica anticapitalista la tengo desfasada) que queramos, pero es historia por los cuatro costados. Para nosotros, un Jaume I ya es historia como para enmarcarla, así que figúrense dónde estamos. Como para creer en acampadas históricas.
Por supuesto, no hay quien le quite a la Universidad de Sevilla el triste o gozoso (táchese lo que no proceda) honor de ser la primera de España donde los alumnos, de forma reglada y democráticamente legítima, eso sí, han decidido boicotear las clases privando a los profesores de su ansia de conocimiento y de su afán por aprender. Pero no por eso va a pasar a la historia. Ya sabemos –y si no, nos lo recuerda Torrijos- que la historia siempre la escriben los vencedores. Nadie duda a estas alturas que el escalafón de Shanghai con la clasificación de las 500 mejores universidades del mundo lo fraguan los campeones. Por eso no hacemos historia, porque nos ganan siempre, pero ojo, que a colchones no hay quien nos tosa.
Follow @javierubrod25/5/12

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