Cardo Máximo

La web de Javier Rubio: Columnas periodísticas, intervenciones radiofónicas, escritos…

LA PRIMERA pompa que nos estalló en la cara fue la financiera, cuando Lehman Brothers, sólo que aquí nos pusimos chulos y ya ven por dónde va la cosa: desembarcando ejecutivos en Bankia como si fueran Norman Cota –el personaje que encarnaba Robert Mitchum en El día más largo– en la playa de Omaha el Día D: «Sólo hay dos tipos de cajas de ahorro, las que han muerto y las que van a morir, de modo que vámonos de aquí». Luego se pinchó la burbuja inmobiliaria que nos parecía invulnerable porque nunca se había visto que bajara el precio de los pisos… hasta que bajó y todavía queda por bajar. Y a ésta le siguió la burbuja presupuestaria, cuando las administraciones públicas se dieron cuenta de que no podían mantener la ilusión de inversiones que nunca se ejecutaban ni promesas imposibles de cumplir sencillamente porque no había dinero con el que mantener la ficción.

Ahora vamos ya por el estallido de la burbuja del voluntarismo político, esa aquilatada doctrina según la cual bastaba un chasquido de dedos del gobernante de turno para que sus deseos se hicieran realidad. Ya fuera unos estudios cinematográficos o una gasolinera a la entrada del pueblo. Sus deseos eran órdenes para constituir mancomunidades en las que acababan trabajando quinientas personas. ¿Por qué? Por voluntad política, por supuesto. Alguien arriba lo había dispuesto, o lo había sugerido acaso, tal vez ni siquiera eso y le bastaba con insinuárselo a un subordinado para que las paletadas de dinero público acabaran derramadas donde el capricho –perdón, la voluntad– político designara. Es esa pompa del voluntarismo la que acaba de pinchar el nuevo consejero de Justicia e Interior proclamando que discutir sobre la Ciudad de la Justicia es «ciencia ficción» porque no hay dinero para levantarla qué más dónde ni con qué proyecto. Se acabó lo que se daba.

Por eso es tan sorprendente la postura que ha adoptado el alcalde Juan Ignacio Zoido, quien le reprocha –justamente, inobjetable en eso– a la Junta de Andalucía que haya mantenido la ficción durante doce largos años en que se movieron las lenguas, se movieron los planos, pero no se meneó una retroexcavadora para, a renglón seguido, reclamar «voluntad política», se supone que para encauzar su construcción como si fuera todo cuestión de volver a chascar los dedos para empezar a hacerla.

Por supuesto que la gestión de la Junta en todo este tiempo es impresentable y así lo hemos dicho decenas de veces. Por eso hay veces que la voluntad sola no conduce más que al esfuerzo estéril. Y no estamos para derrochar energías, la verdad.

9/5/12


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