ESTOY DE puente, para que el lector no se llame a engaño con esta columna. No es cuestión de dar envidia ni de pedir perdón por ello. Tampoco es motivo para sacar pecho, al fin y al cabo la vacación no es más que un capricho del calendario y de los turnos dispuestos en la redacción para cubrir los 366 días de este bisiesto: el cañón tiene varios servidores, pero todos tienen que estar al pie de la cureña para efectuar el disparo.
Estar de puente es más una actitud emocional que laboral. Al fin y al cabo, es sólo un día de libranza embutido con calzador entre dos días festivos… para quien los disfrute. Pero hay, a qué negarlo, un regusto casi pecaminoso en verse fuera del tajo cuando todo el mundo alrededor sí que está trabajando. Por no hablar de la satisfacción de encontrarse con el día libre después de una temporada de trabajo extenuante.
Vayan sumando mentalmente los días que median entre las elecciones autonómicas, la Semana Santa y la Feria para comprender lo bien que sienta este alto en el camino, más ahora que se avizoran cuestas empinadas como las paredes del K2. Tampoco es cuestión de flagelarse. Uno está de puente, qué le vamos a hacer, y los que no lo han podido hacer se sienten con derecho a darte un codazo cómplice, a guiñarte un ojo picaruelo, como de travesura de niño al que han pillado haciendo rabona. Es lo que tiene estar fuera del trabajo: el Jueves Santo o el domingo de las elecciones no te los puedes encontrar por la calle para preguntarte con retintín si estás librando porque eres tú el que no está fuera.
En el fondo, hacer puente es la aspiración de todo trabajador, abandonar por un día los quehaceres cotidianos como quien se va a hurtadillas, andando para atrás para que parezca que llegas, en afortunadísima imagen del maestro Luis Carlos Peris. Pero a nuestro lado hay centenares de miles de personas que viven en un permanente puente, por no mencionar a los que viven directamente debajo de él porque ni techo pueden pagarse.
Todos los días al sol como el de este lunes pinto para esos conciudadanos a los que la desgracia del desempleo mandó parar mientras los demás seguíamos laborando. Un puente perpetuo en el que ven los atascos de tráfico de las ocho de la mañana como una incomodidad que a ellos no les puede fastidiar, como esas riadas en las chimbambas ante las que sólo se puede suspirar con conmiseración: “Pobrecitos”.
Ese es el drama de España en esta hora. No los que hacen puente porque quieren y se lo pueden permitir después de haber combinado en el planillo sus jornadas laborales, sino el de todos los que no tienen más remedio que vacar un día y otro día sin perspectiva de entrar en ningún cuadrante a repartirse los descansos. Ellos sí que están de puente perpetuo sin haberlo pretendido, ay qué dolor.
1/5/12


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