LO MALO DE los lugares comunes es que llegan a arraigar con tal fuerza que no hay manera de meterles el escardillo para arrancarlos del inconsciente colectivo. Eso ha pasado con la especie de que los sevillanos son expertos en combinar trabajo y diversión y por eso no hace falta declarar ningún día de la semana de Feria como festivo a diferencia de otras ciudades con otras costumbres donde se interrumpe la actividad, se echa el cierre y todo el mundo sabe a qué atenerse.
Como lo de declarar feriado el lunes que se llamó de Resaca para reponerse de una semana de trajín jaranero. Con tal nombre horrendo, la gente le cogió manía al festivo de Ortiz Nuevo y no hubo más remedio que suprimirlo por mucho que los guardiolas quedaran de lujo arrancándose desde más allá de la raya de picadores para disfrute de los cabales. Luego, los intentos de Monteseirín también quedaron en experimentos más o menos disparatados, como ese martes que no venía a cuento de nada en medio de toda la semana para que la gente pudiera trasnochar el día del alumbrado.
Así hemos llegado a este desvarío que es la semana de Feria, donde la libertad de horarios la llevan tan a rajatabla los comercios que no hay manera de recordar si la panadería de la esquina era la que abría por las tardes, el bar de la bocacalle era el que cerraba martes y sábado o la tintorería abría el sábado pero cerraba el viernes. Los bancos reducen horario, los comedores escolares sólo atienden alumnos el lunes y en las oficinas la gente está pero sin estar, que es una forma genuinamente española de hacer como que se hace con la plantilla repartiéndose la semana como un botín de asuntos propios: «para mí el jueves», «me pido el viernes», el martes me lo quedo».
Eso sí, queda bien alto el pabellón de la laboriosidad de los sevillanos que no interrumpen su quehacer cotidiano para irse de juerga a beber y a bailar. Que le cuenten esa trola al cirujano que tiene programada intervención a la mañana siguiente o al empresario que tiene que tomar un avión el miércoles para amarrar condiciones con un cliente en Taiwan. Todos los demás hacemos como que todo sigue igual, aunque sabemos que es mentira. También nuestros empleadores, a los que les toca abonar la nómina con los últimos cohetazos de los fuegos artificiales: dan por perdida la semana y, casi, el mes entero con tanto festivo y tan mal puesto. ¡Así vamos a levantar Sevilla! Y ahora a despotricar del columnista, qué se habrá creído el tío.
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