Cardo Máximo

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La Expo92 pasada por Instagram

LA EXPO 92 CUYA inauguración festejamos estos días como si se tratara del acontecimiento fundamental sobre el que pivota la historia reciente de la ciudad nos dio la oportunidad de vivir otras vidas, eso es lo que en el fondo celebramos con este alborozo que sólo puede conducir a la melancolía de lo que pudo haber sido y no fue. El resto corre por cuenta de la crisis y la ensoñación de los tiempos felices que se va destilando en el matraz del calendario hasta que se asienta en el imaginario colectivo a la vuelta de una generación: cuando se cumplieron los diez años de la muestra no hubo tanto revuelo, pero las dos décadas señalan la distancia precisa para que  muchos guarden aún memoria de primera mano y el paso del tiempo haya limado los aspectos menos positivos.

Lo que evocamos con tanto ímpetu en estas fechas no es la especulación salvaje, ni la inflación galopante ni la resaca de la crisis en que derivó aquella fiesta, sino la instantánea retro de todo aquello pasado por uno de los filtros de la red social Instagram: los mismos colores de la emoción ya desvaídos, parecida sobreexposición de recuerdos propios al revelar, idéntica nostalgia con aire decadente que esas fotos recién capturadas con estética pasada de moda. También la Expo lo está.

Quizá aletee en el espíritu colectivo de estos días la añoranza de aquel mundo sin Internet ni teléfonos móviles como si la Expo de hace sólo cuatro lustros hubiera constituido el último capítulo, el epílogo de aquella sociedad que tenía en las relaciones personales la base de su fundamento y en la que todo era tan simple como elegir tomar una copa en la terraza del pabellón de Cuba o acercarse a la plaza Sony a escuchar un concierto.

Hoy sabemos que ese mundo se acabó. Que la Expo hizo cumbre con la idea de que todo se nos daba gratis para nuestro disfrute y que un Estado benefactor y providente nos procuraba sanidad y educación, por supuesto, pero también entretenimiento y distracciones.

No es la exposición lo que echamos de menos al cabo de estos veinte años, sino a nosotros mismos hace justo ese tiempo. Y evocamos al recordar las fotos retocadas de aquel tiempo las múltiples vidas que pudimos haber vivido, los innumerables senderos y sus bifurcaciones que nos hubieran llevado a vivir en otras ciudades, a conocer a otras personas y a ganarnos la vida con otros oficios. Eso es lo que vemos cuando miramos esas imágenes añejas recién subidas a Instagram en las que estamos nosotros mismos aun sin estar.

20/4/12


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