Cardo Máximo

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Una Expo92 de cine

El inteligente director de cine Alberto Rodríguez ha hecho pasar por cine una película de polis y ladrones ambientada en los años previos a la Exposición Universal de 1992, cuyas obras sirven de telón de fondo a las andanzas y correrías de su Grupo 7, que tal es el nombre de la película unánimemente aclamada por la crítica de Madrid y refrendada con un taquillazo por el público. Se trata de la segunda incursión del cine patrio en los vericuetos de la Expo tras la polémica –más entre nosotros, que por ahí fuera– Nadie conoce a nadie de Mateo Gil.

En Madrid, que es donde están los críticos de postín, no tienen por qué saber que el guión de Rafael Cobos y Alberto Rodríguez no es en absoluto original, lo que no quiere decir que no lo hayan escrito ellos dos como figura en los créditos de la película. Hay que esperar a la escena final de la cinta, con la imagen de los dos policías protagonistas sin nada que decirse reflejándose en un gran espejo de un bar de la calle Niebla para advertir la fina inteligencia con que los guionistas han abordado la que se dio en llamar mafia policial de la Sevilla previa a la Expo 92: el reflejo de una época.

Los políticos municipales deberían pasarse por el cine a verla antes de reunirse para improvisar un programa de actos conmemorativos del vigésimo aniversario de la muestra universal en Sevilla. Pocas películas habrán retratado de manera tan fidedigna esa otra Sevilla de los 80 de maleantes y policías que se creían tocados por el dedo divino para acabar con el menudeo de droga antes de que la Expo abriera sus puertas. A nuestros munícipes les va más deshacerse en elogios ante estrellas del celuloide como Tom Cruise o Cameron Díaz o caricaturistas como Sacha Baron Cohen antes que reconocer el inmenso mérito de una película hecha por sevillanos, en escenarios reconocibles –el ojo experto descubre en la vibrante persecución por los tejados de la Fábrica de Artillería edificos de la avenida de la Buhaira que no existirían hasta mucho después– y en la que los actores hablan como se oye en las calles de la ciudad. Sí, eso también fue la Expo y no sólo la ciudad de cuento de hadas que ahora quieren que recordemos.

Ahí está precisamente el mérito de Alberto Rodríguez: en hacer pasar como ficción lo que no lo es. Se han cambiado los nombres y las circunstancias porque todos los agentes no van a llamarse José Antonio, con el lío que eso supondría para el espectador. Ni van a darle matarile a un quinqui, pongamos que lo conocieran en los bajos fondos por el alias de Niño Kiko, en el canal de Torreblanca a las primeras de cambio. Y de La Caoba, la confidente policial clave en la historia, no se aporta su nombre de pila, pero bien podría ser Rosario o Chari, como todo el mundo la podría haber conocido en Sevilla entonces. Y al verdadero don Julián, el jefe superior en la ficción, todavía le faltaban algunos años para aterrizar en Sevilla.

Tampoco puede pasar por artificio de la trama todo lo relativo a Marisa Morales, la periodista a la que la cuadrilla de policías le hace la vida imposible cuando empieza a escarbar más de la cuenta en la exitosa hoja de servicios del grupo policial. Digamos que tampoco se han quebrado mucho la cabeza los guionistas a la hora de dejar entrever al hijo de la periodista acosado en el colegio y esa frase chabacana y petulante que musita uno de los secundarios restallando como un latigazo en quienes lo vivimos desde este lado de los periódicos: «Y ahora que escriba lo que le salga del coño». ¡No es que esté bien contado, es que es verdad!

La película acaba con la absolución de los policías encausados por unos delitos que no se dice cuáles fueron, pero que pueden intuirse fácilmente: prevaricación y homicidio. Todos los desmanes de la policía quedan justificados en la razón de Estado que supuso la Expo92, que es el verdadero mensaje que quiere transmitir la cinta. Exactamente lo mismo que sucede estos días de conmemoración del vigésimo aniversario, cuando nadie recuerda cómo se retorcieron los procedimientos legales, cómo se gastó a manos llenas, cómo se obró sin sujeción a las normas con el fin último de que el Rey pudiera inaugurarla en tiempo y forma.

Bienvenida sea esta Grupo 7 que ojalá sirva para inaugurar una visión crítica y desapasionada de aquel tiempo salvaje de finales de los 80. La Expo 92 está a la espera de un relato (literario o cinematográfico) que retrate con sus muchas luces y también con sus muchas sombras aquel periodo crucial.

Vayan a ver Grupo 7, vayan a verse reflejados en ese tiempo del que fuimos testigos como –es una mera suposición también– esa «Rosa M», a quien el director agradece su colaboración en los créditos finales.


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