Cardo Máximo

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Lo cortés no quita lo osado

DE JUAN JOSÉ Cortés siempre quedará el ejemplo de templanza ofrecido con ocasión de la desaparición primero, y el homicidio probado después, de su hija Mari Luz. Si entonces asombró por la capacidad para templar ánimos ajenos, más asombro causó conocer que se le habían destemplado los propios en una disputa familiar que sus más allegados habían tratado de resolver a tiro limpio. Vaya lo uno por lo otro.

Tan verdad como que todo lo que ha rodeado después al personaje público construido tras la muerte de su hija ha estado teñido de populismo, mesianismo y demagogia: un cóctel explosivo para manejarse en política, que es donde, por lo visto, quería llegar y donde finalmente ha llegado.
Bueno, tampoco se le puede juzgar por eso: cada quien es muy libre de fijarse en la vida las metas que prefiera. Y este hombre ha elegido trabajar en la construcción del Reino de Dios en la tierra desde una pequeña iglesia erigida en El Manchón a la mayor gloria de él. Quede la mayúscula del pronombre a elección del lector. Y como las creencias de cada cual son muy respetables, tampoco se le puede afear nada en ese sentido.

¿Qué queda entonces para examinar su contratación como asesor del grupo municipal del PP en materia de exclusión social y barrios marginales? Nada más y nada menos que su propia competencia para el puesto, exactamente el mismo rasero con el que medir a cualquiera al que la Administración le pague el sueldo para el desempeño de un cargo. Ahora bien, no hay título universitario ni diploma acreditativo que certifique las habilidades de Cortés como mediador, más allá de sus plausibles apelaciones al consenso y una cualidad innata en él que a nadie se le escapa. ¿Es por eso por lo que se le está contratando: porque es uno de ellos, para decirlo de un modo que no hiera susceptibilidades?

En el fondo, el reproche que la opinión pública le está dirigiendo a Zoido y a su equipo tiene que ver con la intuición de que se está usando un cargo público costeado con dinero del contribuyente para pagar favores políticos. No importa si el contratado tiene o no estudios, si es gitano o cuarterón, si cree en un único bautismo para el perdón de los pecados o es líder de su propia iglesia. Lo que la ciudadanía no entiende es que el PP abone con el dinero de sus impuestos los compromisos de partido a que hubiera llegado con Cortés. Y todo lo demás es osadía –que no valentía– para colgarse, a tres días de las elecciones, del brazo del tan conocido como controvertido asesor.

23/3/12


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