SI EL PRIMER deber de un gobernante es decir la verdad, Mariano Rajoy lo incumplió flagrantemente en la primera sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. Claro que la situación puede empeorar: que se lo digan a los 191 empleados que van a perder su empleo en el mayorista de cerámica Arance y -justo es recordarlo- a la familia de empresarios que ha visto cómo la marea incontenible de la crisis dejaba su ballena varada en la orilla al tiempo que se llevaba por delante la obra de 35 años de esfuerzo. Cómo debe doler.
Vender bañeras y azulejos puede llegar a ser un gran negocio cuando las familias pueden mudarse de casa o renovar el equipamiento de los hogares con la renta sobrante tras satisfacer las necesidades básicas, pero se convierte en una pura ruina en cuanto deja de sonar la música en el mercado inmobiliario… ¡y hace tanto tiempo que dejó de sonar que estamos sordos! En la jerga de los economistas, se les llama «sectores maduros» no por nada, sino porque ya se sabe lo que pasa con la fruta cuando está en sazón y madura en el árbol: que acaba cayendo.
En la esquina de mi calle hace unos meses que cerró un concesionario de automóviles, mudado a algún polígono de las afueras donde el alquiler por metro cuadrado no asfixie la cuenta de resultados. Más allá, una agencia de viajes franquiciada ha durado menos de un año abierta. Y junto a la tienda de ropa china, la antigua sucursal de una caja de ahorros fusionada lleva meses, por no decir años, con el cartel de ‘se vende‘ medio descolgado de un ventanal. Restaurantes de servilletas de hilo se reconvierten como pueden a la carrera en bares de tapeo con mantelitos de papel de usar y tirar.
¡Claro que la situación puede ser peor! A no ser que encontremos lo que en la jerga de los economistas se denomina un «nicho de mercado» donde meternos a producir algo (bienes o servicios, poco importa) que nos quiten de las manos. Y le ganemos dinero, por supuesto, porque de otro modo es hacer un pan como unas tortas.
La renovación de programas informáticos en el ordenador del periódico en que doy forma a esta columna ha culminado con la instalación de nuevas versiones de una patente americana que firma en los créditos medio centenar de ingenieros entre los que abundan los Kumar, Kapoor, Gupta, Awasthi, Panwar, Singh, Jain o Srivastava de innegable origen hindú. ¿En qué podemos triunfar?
El viejo dilema entre arados y espadas que más adelante se transformó en tanques o mantequilla se ha convertido para nosotros en bañeras o software.
javier.rubio@elmundo.es
9/2/12


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