Cardo Máximo

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No se entiende Sevilla sin el río. Suena a frase manida para defender el dragado fluvial del Guadalquivir, pero resulta una realidad incuestionable. Las de los menores de 50 años son las primeras generaciones en la historia de la ciudad que no han tenido que lidiar con las periódicas riadas del Guadalquivir y sus afluentes. Para encontrar a la primera generación de sevillanos que no ha vivido en sus carnes la incomodidad de las restricciones en el suministro de agua por la sequía hay que buscar entre los que aún no han llegado a la mayoría de edad. Hasta ese punto llega la influencia del estuario del río en la vida cotidiana.

El Ayuntamiento de Sevilla conmemora con una exposición que se inaugura el lunes en el convento de Santa Clara el quincuagésimo aniversario del desastre de la Operación Clavel, una caravana de ayuda -hoy diríamos solidaria, pero entonces la palabra ni existía en el habla común- a los millares de damnificados por la última gran riada en Sevilla, la del Tamarguillo en noviembre de 1961.

Ha hecho bien -aun a riesgo de corregir el calificativo cuando pueda contemplarse la muestra- el equipo de gobierno de Zoido en resaltar como requería la ocasión un momento fundamental en el devenir de la Sevilla contemporánea. Y lo ha hecho bien porque sin aquella riada del Tamarguillo de 1961, la ciudad sería bien distinta a la que hoy conocemos. Incluso la Exposición Universal de 1992 que tanto contribuyó a la transformación paisajística de la ciudad no se explica sin el desastre fluvial previo que dio origen a la definitiva corta hidráulica de los terrenos de la Cartuja que alejara para siempre el peligro de inundación de la ciudad.

Desde el punto de vista hidráulico, es innegable el impacto que supuso aquella riada. Con la corta de Chapina en los años 50 del pasado siglo se había domesticado el curso fluvial del Guadalquivir a su paso por la ciudad, si bien tomando la drástica opción de condenarlo a convertirse en una dársena sin corriente fluvial desde que las interminables reatas de borriquillos cegaron el cauce descargando la arena de sus angarillas. Pero los arroyos Tamarguillo, Tagarete, Ranillas y Miraflores quedaban fuera de esa defensa y reclamaron su sitio en un noviembre lluvioso como el de 1961. Hubo que encauzarlos para despejar cualquier riesgo.

En el plano urbanístico, la riada del Tamarguillo supone un punto de inflexión que marcará de forma indeleble el crecimiento y el paisaje de Sevilla en coincidencia con los grandes movimientos migratorios del campo a la ciudad que habrían de producirse en la década de los 60. No es descabellado pensar que la riada de 1961 inauguró la Sevilla moderna. Consecuencia indirecta fue el alumbramiento del polígono de San Pablo como emplazamiento residencial para millares de damnificados que habían perdido sus hogares bajo el Tamarguillo desmadrado.

El crecimiento hacia el Este ocupando el prado de San Pablo como respuesta a una demanda urgente y extraordinaria de viviendas resulta de un calado histórico. La apertura de la avenida de Kansas City -rotulada así en honor de la ciudad estadounidense a raíz de un hermanamiento del que ya nadie guarda memoria- representa para el urbanismo de la segunda mitad del siglo XX lo que el paseo de la Palmera supuso para el de principios de esa centuria.

Pero los efectos directos de la inundación de 1961 iban a ser mucho más perdurables. Todavía un cuarto de siglo después, los redactores del PGOU de 1987 decidieron darle uso a una extensa lengua de tierra que discurría como una cicatriz por el Este de Sevilla: la actual ronda del Tamarguillo no hace sino aprovechar el antiguo cauce del traicionero arroyo como vía de circulación rodada que abraza la margen izquierda de la ciudad de sur a norte en un arco concéntrico con el de la vieja muralla almohade.

No menos importante es la repercusión de aquella riada de 1961 y la subsiguiente operación de ayuda a los damnificados aireada desde los micrófonos radiofónicos por Boby Deglané en el imaginario colectivo de los sevillanos con medio siglo de vida.

No hay ningún otro acontecimiento que haya marcado el recuerdo de generaciones como el trágico accidente de la avioneta que venía precediendo la caravana de auxilio el 19 de diciembre de 1961. La Operación Clavel fue -salvando las distancias en cuanto a número de víctimas- la explosión del polvorín de la Armada en el barrio de San Severiano que tuvo Cádiz en 1947: un hito cuyo recuerdo se ha transmitido de padres a hijos sin trascender el ámbito local. En definitiva, una de esas páginas históricas que los sevillanos más jóvenes deberían conocer. Nada más que por eso, ya merecía la pena la exposición auspiciada por el Ayuntamiento.

javier.rubio@elmundo.es

19/12/11


Comentarios

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