LO MÁS PROBABLE es que la pandilla que reventó la jardinera del estadio de la Cartuja la otra noche se vaya de rositas sin que la policía le eche el guante por un delito de estragos, que es lo que corresponde al destrozo causado en el mobiliario urbano, la potencia del explosivo utilizado y la alarma social creada. En vez de tomárselo todo lo serio que debieran, nuestras autoridades policiales ya se han apresurado a calificarla como gamberrada metiendo las tres explosiones en el mismo saco que las bolsas de basura embarcadas en los balcones, los timbrazos a deshora en el portero automático y los meadas por las esquinas. Cosas de la edad.
Será eso, que uno se va haciendo mayor y encuentra menos tolerancia en esas conductas que perturban la armonía ciudadana y deterioran la convivencia. Lo más probable, sin embargo, es que el despliegue de policías y bomberos de la otra noche en la isla de la Cartuja les salga gratis a esos sinvergüenzas, que tienen a su disposición decenas de macetones como el que reventaron para seguir ensayando el poder detonante de sus artefactos caseros. El Quimicefa lo pagamos a escote los contribuyentes, no hay de qué preocuparse.
O sí. Porque bien que exigimos que El Cuco y demás compinches que sean condenados como él paguen su parte del rastreo del cadáver de Marta del Castillo que se cargó al presupuesto de la policía. Qué tenemos que hacer entonces ante la jardinera destrozada: ¿dejarlo pasar como una chiquillada, mirar para otro lado porque gracias a Dios ningún trozo proyectado le impactó a nadie, darla por amortizada como hay tantas abandonadas desde que acabó la Expo92?
En otros sitios se tomaron muy en serio la teoría de las ventanas rotas que Wilson y Kelling esbozaron en un artículo de 1982 y que inspiró la doctrina que se llamó de la Tolerancia Cero con la delincuencia en la ciudad de Nueva York. Los equipos especiales de investigación en la escena del crimen –los famosos CSI que ha popularizado la televisión– nacieron entonces para la recogida sistemática de pruebas con las que inculpar muchos crímenes hasta entonces impunes.
Bien, podríamos discutir si ese celo policial convendría aplicarlo a casos como el de la explosión del estadio olímpico tomándose en serio la investigación de un delito menor, pero si se aplaude –como hacía mi vecino de página El Francotirador– que la Policía Local haya logrado cobrarle los primeros 30 euros a un gorrilla, no veo motivo alguno para lamentarse con la detención de la pandillita de gamberros que volaron el macetón.
16/12/11


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