EN 1975, a la muerte de Franco, la riqueza per capita de España y Marruecos se daba la mano. No había mucha diferencia entre el PIB repartido entre sus habitantes a uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar. Luego, la historia ha convertido esos catorce kilómetros de agua en línea recta en la frontera con más diferencia de rentas en todo el mundo. ¿Qué pasó entonces para que ambos países tuvieran un comportamiento económico tan dispar? La democracia liberó las energías colectivas de la sociedad española mientras la represión y la mano dura del comendador de los creyentes ahogaba cualquier atisbo de libertad en nuestro vecino del sur.
El sábado votaron en Marruecos en las elecciones más limpias que han conocido desde su independencia. Un partido islamista moderado –es provocador asimilarlo a los democristianos que construyeron Europa, por eso lo hago- asumirá más poder del que nunca haya tenido un gobierno marroquí una vez que el rey ha dado un paso atrás y ha obligado a dar otro al majzen.
En Egipto acudieron el lunes a las urnas para elegir a un gobierno democrático no sólo de boquilla como hasta ahora. Las fotos retrataban a una multitud haciendo cola a las puertas de los colegios y en sus rostros se dibujaba la misma ilusión e idéntico anhelo de libertad que en la España que votó abrumadoramente por la reforma política el 15 de diciembre de 1976: el punto a partir del cual se acelera nuestra historia.
En todos los casos se plantea un dilema que no deja de ser una forma de disquisición moral por encima de todo. Y esa alternativa que reviste forma política es en el fondo un modo de implicar a los actores sociales, por eso reviste tantas ventajas la democracia sobre cualquier otra forma política: porque acaba diluyendo un punto de inflexión histórico en diminutos dilemas morales que se le plantean a cada uno de los votantes.
En el fondo, estas elecciones decisivas interpelan a todos y cada uno de los miembros del cuerpo electoral por su grado de compromiso con la comunidad en que vive. La pregunta de Kennedy –qué estás dispuesto a hacer por tu país- supone el dilema democrático por excelencia: en Marruecos, en Egipto o antes en Túnez están preguntándoles eso mismo.
A todos y cada uno de nosotros nos harán esa misma pregunta en marzo, cuando haya que decidir entre darle otra oportunidad al socialismo gobernante estos 30 años o apuntillar el régimen. El dilema ni admite demoras ni tolera evasivas, sólo quiere una respuesta ineludible. Exactamente igual que la conciencia propia.
javier.rubio@elmundo.es
29/11/11

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