Cardo Máximo

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Geografía del aguardiente

ESO LES PASA por no beber aguardiente, que es bebida de gente recia y bragada, de labriegos de sierra, de mineros, de ferroviarios en vía muerta o de malencarados con faca en la faja. Rajoy y Rubalcaba no son nada de eso y se les nota. Y tanto que se les nota: ¡como que no saben dónde están Cazalla ni Constantina! En Constantina llegó a haber en su día 18 fábricas de anís; en Cazalla, que llegó a dar nombre genérico a la bebida y donde se acuñó el adjetivo que identifica a quienes tienen la voz ronca de haber trasegado mucho aguardiente por el gaznate, pervive renqueando la tradición del destilado. Pero no lo saben nuestros candidatos. O se les ha olvidado: cuánto hará que no se meten entre pecho y espalda un anís seco (Dios confunda a quienes fabrican esos anisetes dulzones como un beso de quinceañera) como está mandado.

Cazalla forma parte de la geografía del anís que todo español nacido antes de la Guerra sabía recitar de memoria con sus marcas como los afluentes de un río de aguardiente imaginario. Completaban la geografía del anís Zalamea la Real en Huelva (Arenas), Rute en Córdoba (Machaquito), Chinchón en Madrid (Chinchón seco, por supuesto) y Ojén en Málaga, al que le cabe el honor de ser la bebida de Doña Rosa, la dueña del café de La colmena. No es mal viaje desde Ojén hasta Estocolmo por el premio Nobel.

Las marcas reconocidas por todos en la actualidad apenas tienen arraigo en  zonas de tradición anisera: La Asturiana nació en Quintanar de la Orden (Toledo), La Castellana es de Valverde del Majano (Segovia), Las Cadenas se afincó en Villava (Navarra) y El Mono se destila en Badalona (Barcelona). Cazalla (El Clavel) y Constantina (La Violetera) hace tiempo que dejaron de estar en la memoria sentimental y en las copas de este país.

Casi nadie bebe ya anís, aguardiente, puchero, manguara en España, donde fue bebida nacional. Los cazadores de fin de semana y algunos albañiles antes de subirse al andamio por más que a los sindicatos les escueza que se diga esta verdad como un templo. Pero el anís hace tiempo que murió entre nosotros a manos del whisky, el ron y la ginebra, que son más chic y no se asocia a gente ruda que bebe de un tirón con las manos encallecidas en oficios a la intemperie.

Qué gran metáfora de España dibujada al aire en esta geografía de anís. Tal vez sea eso lo que nos falte: volver a deslomarnos trabajando con un vaso de aguardiente por toda recompensa. Tal vez eso fue lo que faltó en el debate: anís seco.

javier.rubio@elmundo.es

9/11/11


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