EMASESA NO envasaba agua del grifo con un suave sabor a mandarina, limón o azahar en botellas de diseño minimalista. No. Vendía humo de Sevilla embotellado lo mismo que otros venden el sol de Andalucía embotellado. Lo que pasa es que el humo era de colorines, según iban quemando billetes de 100 (verde), 200 (amarillo) o 500 (morados) euros. Todo esto lo ha descubierto ahora el equipo de gobierno del PP aunque algunos no quisieran ver a su debido tiempo estafa tan cristalina. Sería que el humo les cegaba.
Zoido alcalde y los suyos han cortado el grifo después de descubrir que en el invento del agua de mesa embotellada se han ido 1,2 millones de euros exactamente igual que se va el líquido que suministra Emasesa: por las cañerías que van a parar a los bajos fondos de la ciudad.
Un servidor, como periodista, se ve forzado a pedir perdón a los lectores. Aunque no haya participado de la farsa –porque era eso, una pura farsa para que el virrey de Monteseirín se alojara en un buen hotel antes y después de correr el maratón de Nueva York–, uno siente vergüenza ajena por los titulares ditirámbicos que saludaron aquella descabellada aventura sin pies ni cabeza cuando se presentó en la exposición internacional de Zaragoza en julio de 2008.
Que si se iban a vender 10.000 botellas a cinco euros, que si el coste de producción se rebajaba a la mitad cuando se alcanzaran los 30.000 envases, que si en Nueva York las iban a cobrar a veinte euros como si se tratara de agua de manantial alpino, que si iban a ingresar 125.000 euros en 2009, que si 100.000 botellas, que si en Dubai estaba apalabrada en un restaurante de lujo del piso 130 de un rascacielos… Qué casualidad, hombre, que por Dubai también apareció el virrey de Monteseirín para asistir a una conferencia internacional.
Muy pocos entonces pusimos en duda que tuviera éxito una marca con una sola referencia sin canal de comercialización propio. Todo sonaba a efluvios de agua de fuego a los postres de un almuerzo mal digerido. Pero ahí están las hemerotecas saludando la maravillosa majadería y aplaudiendo la chifladura como si se acabara de descubrir un Mediterráneo de agua anaranjada.
Eran los tiempos en que los periodistas hacían cola para bautizarse en el Jordán del Carambolo por parte de su dilecto profeta que todo lo sabía y todo lo muñía. Y con todos se quedó, claro. ¿Nadie lo oyó dar la misma voz que usan los timadores cuando los descubren? ¡Cuál va a ser!: ¡agua!
javier.rubio@elmundo.es
19/10/11

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