Cardo Máximo

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Podría pasar por un homenaje a la flota de Indias que se aparejaba en el río durante la época dorada de Sevilla como monopolio del comercio ultramarino. Cabe imaginar al alcalde, Juan Ignacio Zoido, como almirante de la flota de galeones apostado en el puente de mando para dirigir las operaciones de embarque antes de hacerse a la mar. El rol está por fin completo, el velamen reparado después de que volviera hecho jirones de la última azarosa travesía y el casco calafateado para taponar las vías de agua que amenazaban con echarlo a pique, pero por una cosa o por otra, la flota no termina de soltar amarras.

Desde la toldilla de popa, el almirante Zoido supervisa personalmente las operaciones con un ahínco encomiable, pero siempre hay algún inconveniente que dilata la partida: cuando no hay que sumar al rol a un coordinador de distritos o a un asesor de la agrupación de interés económico sin los cuales parece resultar temerario surcar la mar océana, hay que completar la bodega.

Así sucedía, en efecto, con los galeones que hacían la carrera de Indias que dilataban su partida del puerto de Mulas una y otra vez mientras se inspeccionaba pormenorizadamente la carga para cobrar la tasa de avería o se esperaba que llegaran los envíos de los comerciantes rezagados.

De tanto en tanto, con indisimulada impaciencia, el capitán Zoido repasa las provisiones embarcadas para tan largo viaje y recuerda que se ha despedido a todos los que en anteriores periplos se dedicaban a sisar en la gambuza. También se ha cambiado a la oficialidad casi al completo para que la tripulación se apreste de buen grado a las maniobras en alta mar con la moral elevada y no arrastrando los pies en esos momentos delicados en que hay que trepar a los palos y arriar las velas ante el inicio de la tempestad.

Pero los barcos siguen en el río mostrando el impresionante paisaje que compone la arboladura de mástiles, cofias y castilletes por encima de los arbotantes de la Catedral. Y la aguada, indispensable para no perecer en la larga travesía, mengua día tras día. En el muelle, los sevillanos contemplan maravillados la flota aparejada, pero tienen que contentarse con alguna maniobra menor para abarloar los buques, sin que nadie pueda dar una fecha de cuándo levarán anclas.

Porque eso es lo que todo el mundo espera con este equipo de gobierno municipal: que leve anclas y surque los mares de una vez por todas. Septiembre se ha consumido y la flota sigue amarrada a puerto. Con puntillosa periodicidad, se justifica una y otra vez la demora con la broma de la última singladura que amenaza con abrir boquetes en los cascos en el momento más insospechado. La broma anterior amenaza con salirnos por un dineral, pero entre tanto se sanean los buques y se revisa el maderamen para evitar tragedias en alta mar, la flota no termina de zarpar nunca.

‘Match point’

La metáfora naval explica la situación en que se encuentra el equipo de gobierno de Zoido cuatro meses después de ganar las elecciones municipales. La ciudadanía asiste expectante desde el cantil del muelle a la partida de las naves, pero éstas siguen fondeadas. No hay malestar todavía, claro, pero empiezan a oírse algunos murmullos de desaprobación. Sobre todo, porque se ha dado impresión de que, al final, el piloto mayor no se atreve a levar anclas porque desconoce las latitudes en que soplan los vientos propicios en plena calma chicha como la actual. Para un observador imparcial, cuesta trabajo señalar alguna iniciativa municipal más allá del baldeo de las calles, los zafarranchos de limpieza y la movilización de una Policía Local en la que empiezan a oírse las primeras voces de descontento.

Zoido se la está jugando a una carta con la final de la Copa Davis, visto lo visto en Córdoba con la eliminatoria anterior. Ese acontecimiento sería un revulsivo para el sector turístico en el puente de la Inmaculada, pero incurriría en uno de los reproches más recurrentes lanzados contra su antecesor, Alfredo Sánchez Monteseirín, por su inclinación a convertir Sevilla en escenario de los más variados acontecimientos culturales, deportivos o sociales.

Sucede, además, que convertir la candidatura de la Davis poco menos que en el eje de la acción de gobierno en los primeros compases del mandato de esta corporación acarrea el riesgo de que la pelota caiga del otro lado de la red y Zoido y su equipo no logren salvar el match point tras un arranque dubitativo por demasiado prudente.

Entre tanto, con final de la Davis o sin ella, lo que hace falta es que la flota leve anclas y zarpe antes de haber consumido toda la galleta varados en el mismo puerto.

javier.rubio@elmundo.es

3/10/11


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