DE LA PUERTA de casa a la estación de bicicletas, no queda farola ni esquina que no esté cubierta por una gruesa costra de anuncios con su correspondiente falda de flecos con números de teléfonos anotados en los que un economista camuflado observaría sin mucho esfuerzo unas cuantas ineficiencias del sistema.
Hay una chica española de 19 años -«amable», según la caracterización que hace de sí misma- que se ofrece para cuidar niños o pasear ancianos. En esto compite con una señora de 47 años ucraniana que busca trabajo de lo mismo y con otra «señora mayor con experiencia», pero mala letra. Hay un «pintor Willy» que no se sabe muy bien si es el nombre de pila de alguien o una nueva técnica de estarcido que le hace la competencia a un pintor económico. Comparten esquina un pulidor, dos abrillantadores, varias señoras de cuerpo de casa, un servicio técnico de reparación de ordenadores a domicilio y toda clase de clases: un arquitecto técnico imparte matemáticas, dibujo técnico y lo que se tercie; idiomas; pintura en inglés, teatro para jóvenes, meditación y lo que haga falta.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, no hay sólo ofrecimientos del sector informal de la economía con tratos al margen de los cauces legales -y fiscales, claro- establecidos. Se intercambian o se venden pisos y se piden plazas de garajes por los que, es de suponer, sus compradores abonarán cuantiosas contribuciones al fisco.
Hasta gasolineras en venta y fincas de labor han llegado a anunciarse por las esquinas. Es decir, que no es sólo un medio de comunicación para actividades de la economía sumergida sobre las que no conviene dejar rastro, sino un sistema alternativo que debe surtir efecto a tenor del crecimiento exponencial en los últimos meses conforme más golpeaba la crisis.
Asombra, desde luego, la pervivencia del pasquín en una era tan tecnificada como la que imaginamos vivir. Ni todas las redes sociales de internet, ni las páginas virtuales de anuncios gratuitos, ni nada de cuanto hemos inventado para multiplicar exponencialmente la comunicación interpersonal han podido acabar con el humilde papelito manuscrito o mecanografiado al que centenares de personas confían a diario su ventura.
En tiempos de Javier Queraltó como concejal (allá por 1983) se dispusieron unos lápices de labios gigantes precisamente para pegar afiches que afeaban fachadas. No estaría de más repetirlo con esos soportes en los que se anuncia aún la exhibición de enganches de la Maestranza del 1 de mayo ¡cinco meses después de que se clausurara por la lluvia! En efecto, hay cosas que nunca cambian: ¡los mupis!
javier.rubio@elmundo.es


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