Cardo Máximo

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Banderas de nuestros hijos

A LA SALIDA, por uno de esos caprichos del viento, la única bandera que ondeaba en la carpa de acceso al Circo del Sol era la de Kazajastán. Si estaba allí separándose del mástil quiere decir que por lo menos una de las rubísimas acróbatas que habían ejecutado los números circenses habría nacido en Alma Atá o como quieran transcribir ahora el nombre de la que fue capital de la república centroasiática hasta que la trasladaron a la ciudad del equipo ciclista: Astaná.

En aquella bandera al viento –y en las otras que la acompañaban inmóviles- está resumida el mejor rostro de la globalización, ese proceso imparable que convierte a un circo de Québec en una multinacional del entretenimiento con giras por Europa, Asia y América, actores de todo el planeta y millares de espectadores que pueden pasar de un día para otro del festival de Mairena al estremecedor y paralizante número de los trapecios humanos, de largo lo mejor de la función.

Y sí, luego en la representación de ‘Corteo’ hay algunos toques sevillanos guiñándole el ojo al público. Si se propone un partido de fútbol entre los dos graderíos es, claro, un Sevilla-Betis; y si se corre riesgo de pasarse en el salto se sobrevuela la Giralda. Pero juro que hay un tambor que suena igualito que el de Hidalgo y estando donde están, deberían procurar que el humo de los incensarios oliera como el de San Isidoro, por ejemplo, y en vez de tocar unas castañuelas, hacer la carretilla con unos palillos de colores.

Quizá todo se reduzca a eso. A dar con la tecla de un lenguaje universal capaz de traspasar fronteras pero que el público pueda sentir como propio sin que le suene a falsa autenticidad. Ese es el mundo en que nuestros hijos se mueven a sus anchas, salvando las barreras mentales del idioma, las costumbres o las creencias que a nosotros todavía nos cuesta saltar. Un mundo con las fronteras borradas en el que las oportunidades están a la vuelta de la esquina… continental.

¿Y con toda la desbordante identidad cultural de esta bendita tierra todavía no hemos sido capaces de depurar nuestras esencias folclóricas para articular ese mensaje planetario? Se me ocurre un espectáculo bajo esa carpa como una corrida sin toros con los acróbatas saltando al morlaco como los garrochistas de Goya y banderilleros antipodistas cruzando el redondel por los aires. Quién sabe si alguno de los pequeñajos que estos días quede deslumbrado en el Charco de la Pava enarbolará esa bandera algún día.

javier.rubio@elmundo.es

9/9/11


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