Cualquiera que haya jugado aunque sólo sea cinco minutos a alguno de esos juegos de estrategia en tiempo real para ordenador en los que se trata de levantar un imperio, edificar una ciudad o imponer una civilización sobre las demás se habrá dado cuenta de que uno de los errores garrafales consiste en invertir los recursos escasos acopiados durante el juego en costosas obras faraónicas sin que estén cubiertas las necesidades básicas de la población.
Si tal sucede, enseguida se producen descontento generalizado, levantamientos populares y revoluciones que amenazan con destruir el orden establecido dejando de allegar fondos a las arcas comunales y arruinar la partida. Estos juegos de estrategia en tiempo real calcan a la perfección ese estado latente de malestar entre una ciudadanía que se siente esquilmada por sus gobernantes.
Sin ir más lejos, Sevilla. De todos los proyectos de infraestructura acometidos en el mandato de Monteseirín, las ‘setas’ de la Encarnación –el nombre se le va a quedar, porque ya está recogido hasta en el Diario de Sesiones del Parlamento de Andalucía- son las que peor nota reciben de la ciudadanía, por debajo del aprobado, según el sondeo del Centro Andaluz de Prospectiva.
La semana pasada, mientras el ex alcalde festejaba con su círculo íntimo el fin de su gobierno municipal, el nuevo regidor se fotografiaba gustoso junto a unas pintadas en la fachada del colegio público Benjumea Burín de Alcosa con nueve años de antigüedad. Muy probablemente, de haberse dedicado a los estudios en vez de a pintarrajear las paredes del centro educativo, al autor de ese garabato en la pared le habría dado tiempo de obtener un grado universitario antes de que el Ayuntamiento se digne a borar su repulsiva huella.
Monteseirín y su cohorte de ac
ólitos calculó mal la estrategia. Eso fue todo. Antes que dedicarse a la micropolítica, a atender las necesidades de los barrios y de los ciudadanos para hacerles más cómoda la vida en la ciudad, fantasearon con unas construcciones megalómanas que nos iban a colocar en la modernidad sin pasar por la sufrida y pesada tarea de elevar el nivel cultural de la población en general empezando por la dotación material de unos colegios que da pena verlos.
Pero lo más sorprendente es que persistan en el error, incapaces de ver la desafección a su proyecto que tal derroche de dinero en obras innecesarias causó entre su electorado. El ex concejal de Urbanismo Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, en tiempos mano derecha de Monteseirín, sostenía en estas mismas páginas que la obra de la Encarnación no le había costado un euro al contribuyente puesto que había salido del dinero que habían adelantado los promotores inmobiliarios a la firma de los convenios urbanísticos que anticipaban el PGOU.
¡Como si llegada la hora de construir los sistemas generales que demanda la urbanización de cualquier parcela no tuviera el Ayuntamiento que echar mano precisamente de ese dinero que se ha malgastado en una obra exagerada en todas las proporciones que se consideren!
No sólo eso, sino que en la entrevista que firmaba el compañero Juan Miguel Vega, el ex concejal de Monteseirín se permitía añadir: “No podemos construir una carretera que vaya de ningún sitio a ninguna parte”. Pero sí para construir un tranvía exactamente de ningún sitio a ninguna parte, se le podría replicar. Como si el trabajo de planificación de, por ejemplo, Dos Hermanas no le hubiera dado sus frutos a la ciudad y al alcalde –socialista, para más señas- que la viene gobernando desde hace más de dos décadas.
La siguiente justificación para gastarse lo que la ciudad no tenía en ese mamotreto de la Encarnación es de aurora boreal o, en vista de la morosidad del Ayuntamiento con sus proveedores, de escándalo como para llevarlo a los juzgados: “Y lo que no se puede hacer tampoco, como están las cosas, es tener 200 millones de euros parados en una cuenta corriente esperando tiempos mejores”. Cuánta insensibilidad, qué suficiencia, cuánta insensatez destilan esas palabras.
Cualquier chiquillo aficionado a esos juegos de estrategia sabe que antes de levantar el Coloso de Rodas o el Coliseo Máximo, el gobernante tiene que preocuparse por llevar la irrigación a los campos para que produzcan más, pavimentar las calzadas para que se desarrolle el comercio y expandir el conocimiento de la escritura y la astronomía para favorecer la innovación.
Nada de eso se hizo aquí. Les falló la estrategia, porque pensaban que la novelería ciudadana acallaría cualquier queja en cuanto se abriera al público el nuevo icono de la vanguardia arquitectónica. Los próximos cuatro años pueden pasárselos jugando en el ordenador hasta que den con la tecla.
4/7/11

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