Cardo Máximo

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Discursos que se bifurcan

Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan.

EN ESTE PLENO de los discursos que se bifurcan, Juan Espadas no le mienta para nada la familia a Zoido ni para desearle salud. En esta otra sesión, hubiera reconocido que las líneas rojas las había traspasado con creces el propio Monteseirín con esa soberbia a la que ha dado rienda suelta en el tramo final de su mandato que explica parte del resultado electoral por mucho que humanamente la justifica. En este pleno de investidura, todos los desenlaces ocurren y dan origen a nuevas bifurcaciones: Monteseirín se sienta entre Del Valle y Soledad Becerril y entrega el testigo acallando al gentío que, desde abajo, seguía la sesión. Zoido entonces pierde los papeles del discurso y la indignación da paso a la aclamación.

En uno de los infinitos plenos que podrían haber sucedido en el laberinto del tiempo, Torrijos le concede toda la legitimidad de entrada al nuevo alcalde y lo felicita de corazón por su victoria sin afearle nada. «Pasamos página», dice el portavoz de Izquierda Unida sin rencor alguno y se funde en un abrazo con Beltrán Pérez: incluso lo celebran a la salida comiendo gambas. En otro recodo de este pleno bifurcado, Juan Bueno se refiere a la ciudad como un «metabolismo estático» parecido a un reloj suizo al que el Gran Relojero tiene que dar cuerda cada día. Y Espadas aplaude encantado de una metáfora que nadie entiende.

En «esta trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades». Zoido puede nombrar como delegado no electo de Cultura a Pierre Menard, el autor imposible de ‘El Quijote’. Y Funes el Memorioso, que «hacia 1866 había discurrido un original sistema de numeración», llevaría las finanzas para que no se olvidara ni de una sola factura, ni un solo apunte contable.

Cabría cambiar el rótulo de la avenida consagrada a Pilar Bardem por el del atroz redentor Lazarus Morell o poner en marcha una lotería adaptada de la de Babilonia en la que el gordo se premiara con la ejecución. Y las bibliotecas, lejos de cerrar por las tardes en verano rendidas frente a las piscinas y el televisor, serían infinitas como la de Babel.

«Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen» y ni yo mismo sería el autor de esta columna de admirado pupilaje a Borges en el aniversario de su muerte, acaecida en Ginebra en 1986. Hay quienes lo vieron el sábado entre los invitados, justo al lado de Curro Romero.

javier.rubio@elmundo.es

14/6/11


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