La encuesta a pie de calle del compañero Ignacio Díaz Pérez sobre el conocimiento que los electores tienen de los políticos más conocidos -¡cómo será el de los menos conocidos!- es el reflejo más acabado del alejamiento con que la ciudadanía vive la política. Que el escenario de ese vídeo de ELMUNDO.es haya sido la Feria de Abril no hace sino acrecentar el abandono con que la ciudad ha vivido la última semana mientras por todas partes -incluso aquí, según parece- arrancaba la campaña para las elecciones del 22 de mayo.
Una burbuja dentro de otra: la campaña electoral dentro de la Feria, como dos esferas desconectadas de la realidad en las que se suceden acontecimientos que no tienen repercusión en la vida cotidiana de los ciudadanos. Son mundos apartes por más que los políticos se empeñen en aparentar cercanía durante dos semanas de visitar plazas de abastos (qué curioso, nunca se les ve pidiendo la vez en el pescado o en la gandinga) o en bombardear a la población con propuestas de todos los colores.
En realidad, la campaña electoral es la Feria de los candidatos: un mundo virtual en el que uno tiende a olvidar la noción de tiempo y espacio, en el que se hace el encontradizo con gente a la que le negaría el saludo cualquier otra semana del año, en el que no se repara en gastos ni esfuerzos para lograr el objetivo de la dicha objetiva y en el que cada uno pugna por hacerse con el mejor y mayor espacio posible.
Pero a la vuelta de la Feria, como sucede este lunes, la realidad acecha emboscada en toda la tarea pendiente que se ha dejado por hacer durante estos días, las llamadas que se han dejado de atender, los pedidos que no se han cursado, las órdenes que se olvidaron de incluir y las obligaciones que se dejaron por cumplir.
Ahí está todo: los 250.000 parados de la provincia, el crecimiento ridículo de la economía, la amenaza de crisis financiera, la ruina de los autónomos, los comercios que cierran y las empresas con el agua al cuello. Tal como se quedó hace una semana. Antes de que el alcalde apretara el botón del alumbrado ferial y de que los candidatos apretaran, a su vez, el botón de la campaña electoral.
La burbuja es de tal grosor que nos impide ver la realidad durante esa semana. En la caseta de Astilleros de Sevilla todo el mundo bailaba, bebía, cantaba y reía como corresponde a las fechas. Pero fuera de esa alegría impostada, los obreros volvían al tajo al cabo de un año de cobrar sin trabajar sin que se haya resuelto el futuro de la factoría naval sevillana mientras la última incauta naviera que hizo un pedido exige que le devuelvan los 39 millones de euros pagados por adelantado con 5 más de intereses después de que hayan pasado todos los plazos sin entregársele los barcos encargados.
Claro es que los empresarios escandinavos (la compañía Viking Line) tienen la desagradable costumbre de exigir el cumplimiento de las obligaciones contractuales sin dejarse embarcar -nunca mejor dicho- en la Feria con una ración de angulas de Aguinaga antes de que un señorial carruaje de época los lleve a los toros.
Nuestro pequeño mundo da para lo que da: para cerrar los tratos de caballeros con un apretón de manos en el que se traspasan terrenos, haciendas y negocios. Pero lejos de la reserva impuesta en las trastiendas de las casetas, todo es mucho más prosaico: no hay mujeres con trajes de gitana contoneando los brazos al aire sino cartas de pago, due dilligences y créditos rechazados por escrupulosas comisiones de control.
Y sigue habiendo miles de desempleados, millares de jóvenes sin formación alguna después de haber fracasado estrepitosamente en los estudios, millares de hogares donde nadie trabaja y se malvive con los ahorros, la pensión de la suegra y las chapuzas ocasionales.
Nada de eso se ve en la Feria. Aunque esté ahí: en las jornadas extenuantes de camareros, cocineras y vigilantes para convertirse en mileuristas por una semana agotadora de trabajo; en la facilidad con que se puede reclutar entre las filas de los desocupados ese ejército proletario que hace posible la fiesta; en los miles de jornaleros de la alegría que caminan con su petate de feria en feria como los buhoneros para tirar el resto del año.
La Feria de Abril, tal como hoy la conocemos con su consumo intensivo de mano de obra, dejaría de existir en un ‘hinterland’ con pleno empleo y un porcentaje notable de la fuerza laboral dedicada a la actividad industrial. Pero mientras eso no ocurra -y no hay que ser demasiado pesimista para pensar que nada de eso va a suceder en un futuro cercano-, los sevillanos seguiremos viviendo una semana al año dentro de la burbuja en la que aparentemente todo el mundo es dichoso y está dispuesto a tirar la casa por la ventana. Para cuando se pinche la burbuja, no quedarán en el campo de la Feria ni los farolillos sucios: para algo se queman allí mismo.
9/5/11

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