A punto de inaugurar la que será última feria de su extenso mandato, Alfredo Sánchez Monteseirín podrá, sin duda, recordar el tiempo y las energías desperdiciadas en aquel proyecto de traslado del real de la Feria de Abril al Charco de la Pava cuando la bonanza económica permitía soñar con tales embelecos. De aquello hace una década, como casi de todo.
Se programaron grupos de trabajo, se pidió opinión a expertos, se echaron números, se calcularon gastos e ingresos, se convocó a agrimensores y los montes parieron un libretito encabezado con citas de Woody Allen que estaba destinado a convertirse en la biblia de la mudanza con la que Monteseirín quería entrar en la categoría de alcalde decisivo en la historia de la Feria abrileña como lo había sido treinta años antes Juan Fernández-Rodríguez y García del Busto.
El encendido de las miles de bombillas del recinto ferial marcará uno de los fracasos más sonados de la gestión de Monteseirín, ahora que está próximo a irse y es hora de hacer balance. La cuestión de la Feria, que la crisis ha ajustado de un modo diametralmente opuesto al que se intuía en la cresta de la ola de la burbuja económica de principios de la década pasada, queda pendiente. Como tantas cosas.
El alcalde que llegó con la cantinela de que Tablada será un parque, se va a marchar de los doce años calentando el sillón sin haber dado un paso significativo en tal sentido, como muchos le auguramos cuando se metió en el fangal de las expropiaciones en terrenos aluviales tan peligrosos de pisar como los de la antigua dehesa vendida a precio de oro por el Ministerio de Defensa.
Los apologetas de Monteseirín sostienen que bajo sus tres mandatos, la ciudad ha vivido una transformación similar a la experimentada con ocasión de la Expo92. Y citan las tres o cuatro obras públicas –siempre, las obras públicas como medida de todos los gobernantes, pesada herencia de la Roma imperial que todavía arrastramos- como justificación de su capacidad para rehacer Sevilla.
Olvidan el plan estratégico Sevilla 2010, que dio lugar –como en el caso del traslado de la Feria– a reuniones, seminarios, convenciones, viajes y cuchipandas variadas para acabar en el mismo punto de partida. Véase por ejemplo lo relativo a la construcción naval en ese documento que pretendía ser anticipatorio y la realidad de los obreros navales que mañana mismo se reincorporan –agotados los ERE temporales, los plazos dilatorios de las administraciones y la paciencia de los trabajadores– a la factoría sevillana para cruzarse de brazos.
Porque la realidad es tan empecinada que reconstruir una placita de abastos enterrando 120 milllones de euros, trazar un tranvía que duplica el itinerario de la única línea de metro, cerrar al tráfico rodado tres o cuatro calles por muy señeras que éstas sean y adecentar con dudoso criterio estético varias plazas más del centro histórico no incide lo más mínimo en las desconsoladoras cifras del paro, las alarmantes estadísticas del fracaso escolar o la pertinaz dependencia del turismo estacional de primavera. ¿De qué transformación hablamos entonces?
Sevilla no ha ido, en ese sentido, más lejos que muchas otras ciudades de similar tamaño. Sólo hay un aspecto en el que Sevilla ha superado con rotundidad a sus ciudades hermanas y justo es reconocerlo así. La atención prodigada a la bicicleta como vehículo de transporte individual está muy por encima de todo lo que se ha hecho en otras capitales. Y ha obtenido su justa recompensa. Sevilla está a la cabeza de España en el porcentaje de desplazamientos diarios en vehículo de dos ruedas: hasta el 6,6% de todos los viajes urbanos se hace en bici. Cerca de 70.000 personas pedalea a diario, como promedio.
La bicicleta constituye un fenómeno social en Sevilla desde hace menos de una década que conviene subrayar al tiempo que ejemplifica el mayor éxito de gestión municipal que puede exhibir este gobierno tan salpicado de escándalos, despilfarros y vergüenzas. E igualmente es justo reconocer que la mayor parte de la labor en ese terreno la ha llevado a cabo el grupo municipal de Izquierda Unida. Las cosas, como son.
Probablemente, Monteseirín querría pasar a la historia como el alcalde que inauguró el metro (a pesar de que renunció a tener voz propia y a acomodarse con lo que la Junta quisiera hacer) o el alcalde que reimplantó el tranvía en Sevilla (a pesar de que no se encomendó ni a Dios ni al diablo y así le ha quedado el trazado), pero con toda probabilidad pasará a la historia como el alcalde de las bicicletas, cuando ese premio habría que concedérselo a su socio de IU, Antonio Rodrigo Torrijos. Y del resto de la transformación urbana, mejor olvidarse como del traslado de la Feria y otros cuentos.
javier.rubio@elmundo.es
2/4/11

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