Cardo Máximo

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Otra boda ‘in albis’

TODOS LOS QUE NOS hemos casado el viernes in albis –no importa de qué año ni la fecha, que es variable– deberíamos formar una hermandad. Pero de las de viajar y comer mejor que de las de sacar pasos, que luego se lía a llover, se echa todo el mundo a lloriquear y los costaleros no hacen más que besuquearse. La última pareja que va a sumarse a tan selecto grupo es la que van a formar el príncipe William Mountbatten-Windsor y la pizpireta Kate Middleton. Bienvenidos al club, pues, altezas.

Esto de la semana in albis viene de tiempos de los primeros cristianos, cuando los catecúmenos se revestían con ropas blancas –de ahí su nombre– durante la octava de la Pascua de Resurrección. Quiere decirse que el viernes in albis del que hablamos es siempre el inmediatamente posterior a la Pascua Florida, justo una semana después del Viernes Santo que, entre nosotros, es mucho más conocido y goza de mayor predicamento, como es notorio. ¡Dónde va a parar un bodorrio en Pascua con todos sus avíos que en Cuaresma, tan reducida!

Entre todas las horas de emisión y todas las páginas escritas, en ningún sitio he visto reflejada esta circunstancia, bien porque la liturgia anglicana se fume un puro con la semana in albis, bien porque no hay en ninguna redacción un fraile antes que cocinero (Dios lo tenga en su gloria) como el que a un servidor le explicó estos pormenores. Entre nosotros, la expresión in albis ha pasado a significar algo que se queda vacío, inconcluso o suspendido como se quedaban los neófitos colgados de la ropa talar blanca.

Estos días de ‘ revival british’, las televisiones han recordado con profusión la historia de Eduardo VIII (tío bisabuelo del joven que ahora matrimonia) y la doble divorciada Wallis Simpson, presentada siempre como el triunfo de la voluntad del amor sobre la razón de Estado. Ahora, gracias a documentos desclasificados del FBI, un reportaje de Channel Five ha revisado aquella historia para afirmar, sin dudas, que fue el viejo zorro de Churchill el que se quitó de encima al heredero del Trono por abiertas simpatías con los nazis –y sus pollulelos, los blackshirts de Oswald Mosley en el Reino Unido– mandándolo de gobernador a las Bahamas para que se aburriera.

¡Qué envidia de los británicos! No por la boda y ese aire kitsch que saben darle. Sino por la capacidad para mirar de frente  su propia historia –incluso la de un rey felón dispuesto a entregarle el Imperio británico a Hitler– y no quedarse in albis como a nosotros nos pasa tan a menudo.

javier.rubio@elmundo.es

28/4/11


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