LA BLANCA Y VERDE al viento, la misma a la que cantaba Carlos Cano, era un grito desesperado contra la marginación y el menosprecio de un pueblo entero. Sí; autonomía en aquellos días primeros de la Transición era sinónimo de autoestima, del orgullo de ser andaluz, acaso el mejor eslogan que se acuñara en aquellos años. Los andaluces estaban hartos de emigrar, de pasar penurias, de asentir a lo que otros dispusieran y de que los ridiculizaran allá donde fueran por vagos, por chistosos o por ambas cosas. Eso fue el 4 de diciembre de 1977: la cota que alcanzó la marea del hartazgo secular.
Sólo que a cada pleamar le sigue la bajamar. Qué ha de quedar de todo aquello al cabo de 35 años cuando la formación heredera del Partido Comunista -¡de aquel PC dogmático, canónico e inflexible!- hace el chiste de solicitar que los chistes de leperos (¿también los de Fernán Núñez?) sean declarados bien de interés cultural. Hasta que algún lumbrera de la Consejería tome el rábano por las hojas y solicite su declaración como patrimonio de la humanidad o joya interplanetaria de los confines del Universo. Qué más da.
No, no era para eso la autonomía. No era para que los hijos de los presidentes jugaran a comisionistas abriéndole puertas a los mismos apellidos de siempre. No era para que el dinero de todos sirviera para despedir a los trabajadores y en el rebujón beneficiar a un puñado de amigotes. No era eso lo que se gritaba en las calles andaluzas aquel domingo de diciembre tras la histórica bandera de Blas Infante.
No era para que una página de internet especializada en viajes haga llegar una estúpida nota de prensa sobre una no menos insustancial encuestita en la que el andaluz -chúpate ésa, Manuel Alvar- aparece como «el acento no sólo el más pegadizo de España, sino también el más gracioso». Y sexy, aunque por detrás del acento canario, que es el que los 1.500 encuestados consideran que triunfa en las distancias cortas.
Ay, qué gracioso todo: andaluces simpáticos como monitos de feria, andaluces ocurrentes para animar cualquier festolín, andaluces optimistas para combatir las depresiones, andaluces con ese acento tan divertido y tan fácil de imitar por cualquier idiota. «Andalucía la que divierte, tiene siglos de resignación. Y vende penas a los señores que compran risas por su dolor», que cantaba Pepe Suero. Nunca podíamos imaginar que el verso del himno «los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos» fuera por esto.
javier.rubio@elmundo.es
13/4/11

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