Cardo Máximo

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Desinhibidas e impúdicos

LA PLAZA MAYOR de Sevilla no está bajo los hongos del mecano de la Encarnación por mucho que se empeñe el todavía alcalde Monteseirín, sino en la avenida de la Constitución. Qué le vamos a hacer, es una plaza alargada, como la Navona de Roma o la de San Wenceslao de Praga o la de Sultán Ahmet de Estambul, sobre el antiguo hipódromo de Constantinopla. La Avenida ha sido el punto de encuentro de los sevillanos (lo dice la sevillana: «En la puerta de Correos, mi alma, tú me has citado») de toda la vida.

En Madrid, vas a la Plaza Mayor un sábado y te salen al paso dos o tres grupitos de chavalas despidiendo a una amiga que se va a casar, corriendo las amonestaciones por lo laico a la vista de todo el mundo. Aquí, te das un garbeo por la Avenida y te tropiezas con las mismas camisetas negras («Ya la han cazado»), los mismos sombreros vaqueros y las mismas bandas rosas cruzadas al pecho que en la Villa y Corte. Es de suponer que, al menos, las chicas sean diferentes aunque con idénticas ganas de diversión: se les nota en el rostro lo contentas que van a cenar la ordinariez esa de la salchicha bien gorda y el pan con forma de falo antes de pasar por la chabacanería del nota que se queda con el culo al aire.

Pero bueno, mientras se hace la hora, se entretienen arriba y abajo paseando del Britz a la parrilla del Cristina, histórico bienteveo de las muchachas casaderas sevillanas como pueden atestiguar las que hayan rebasado, al menos, la edad legal de jubilación. ¿Ven como tampoco cambian tanto las costumbres como nos parece? Si acaso, la peña se muestra más desinhibida, con esos disfraces ridículos, ante los que nuestras madres y abuelas se hubieran hecho cruces. El personal se ha vuelto más impúdico. Ellas y ellos, por supuesto.

El último grito -no encuentro otra forma más eficaz de definirlo- es atronar al resto de conductores con toda la cornetería de una marcha de Semana Santa mientras se aguarda a que el semáforo se ponga en verde. Ahí va el trompeterío a todo trapo para el que lo quiera oír -escuchar es otra cosa- y también para los que no tienen ni maldita la gana de oírlo. Impudicia masculina en estado puro porque suelen ser ellos los más fanáticos de la corneta y el tambor. ¿Dónde habrá quedado eso que nos decían de chicos: ‘No lo pongas tan alto, que lo van a escuchar los vecinos’?

Y a ninguno le da por poner en su coche ‘Valle’, ni ‘Ione’, ni siquiera ‘Amargura’. Qué va. Si al menos fuera ‘Soleá dame la mano’…

javier.rubio@elmundo.es

6/4/11


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