Cardo Máximo

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Carlos y Diana en San Telmo

TODOS ÉRAMOS casi veinte años y quinientas decepciones más jóvenes. Carlos de Inglaterra, que visita el viernes Sevilla en compañía de la duquesa de Cornualles, no era ni de lejos el príncipe al borde de la jubilación que es hoy. Entonces alabó los trabajos de forestación de la isla de la Cartuja y admiró la rehabilitación del palacio de San Telmo. Ahora volverá a hacerlo por segunda vez tras otra rehabilitación. ¿Será también de su agrado en esta ocasión?

Era jueves, 21 de mayo de 1992, justo al día siguiente de que el Barcelona hubiera conquistado en el viejo Wembley su primera copa de Europa, la de Koeman y el dream team de Cruyff. Los Príncipes de Gales habían llegado a Sevilla mientras se disputaba la final de fútbol y habían asistido a un concierto en la Catedral a cargo de Orquesta Filarmónica de Liverpool: la ‘Octava’ de Mahler y ‘Zadok el sacerdote’ de Haendel en el programa.

A la Expo propiamente llegaron en un Rolls Royce Silver Spur plateado antes de escuchar los himnos y presidir el Día del Reino Unido con regimientos históricos, la patrulla acrobática de la RAF (los Red Arrows) surcando el cielo y globos gigantes.

Lady Di estaba sofocada, con las mejillas sonrosadas, haciendo juego con el vestido azulón estampado en flores amarillas y rosas de mangas cortas y ceñido por la cintura que vestía. Allí, en medio del palenque, con las piernas larguísimas milimétricamente cruzadas, componía una figura lánguidamente triste. Se le veía frágil, pero su rostro no traslucía la tormenta que al mes siguiente estalló a su alrededor: en junio se publicó la biografía de Andrew Morton que puso en el disparadero su matrimonio, que acabó rompiéndose definitivamente en diciembre.

Diana arremolinaba a la gente a su alrededor, pero más por curiosidad que por otra cosa. La que de verdad armó el taco fue Carolina de Mónaco, una real princesa, que concitó a las puertas del pabellón de España donde cenaba un pequeño tumulto de incondicionales. Lady Di parecía a su lado una porcelana de Lladró.

Carlos y Diana habían venido a la Expo en representación de la Reina Isabel II, a la que el Rey Juan Carlos había invitado expresamente el 20 de octubre de 1988 durante su viaje de Estado a Sevilla en el que recorrió la Catedral, el Archivo de Indias y el Alcázar. Cuatro años después envió a su heredero, con Diana en el asiento de al lado y Camila en el pensamiento. Éramos todos casi veinte años más jóvenes, felices, indocumentados y enamorados. Aunque no fuéramos príncipes de Gales.

javier.rubio@elmundo.es

31/3/11


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