PIDO PERDÓN por este artículo y por muchos como éste (¡si se pudiera salvar media docena como Yahvé buscaba diez justos en Sodoma!) que he perpetrado desde hace tanto tiempo. Pedir perdón: qué fórmula tan anticuada, tan fuera de sitio. ¿No es eso lo que toca ahora por muchas torrijas y muchos azahares y muchos pregones con que nos deleitemos? ¿Pedir humildemente perdón sabiéndonos errados, ignorantes, jactanciosos, egocéntricos, petulantes, soberbios, malintencionados…?
Quiero pedir la absolución también por haber idealizado tanto a Sevilla en todo lo que he escrito como para personificarla. Compasión por haberla encumbrado como una novia altiva, indulgencia por haberla denostado como una madrastra cruel, clemencia por amarla con sus defectos sin pretender cambiarlos, perdón por haber convertido esta columna tantas veces en púlpito y confesionario de mí mismo. Perdón por haber hecho de la ciudad, de sus fiestas y sus costumbres, materia indiscutible. Perdón por haber añadido algún eslabón más sin pretenderlo a las tradiciones.
Pido generosidad de trato por las veces que he desconfiado de unos y he creído ciegamente en otros. Sí, es verdad que eso de la fe incontrovertida es pecado de juventud y como tal debe de justificarse. Misericordia por la vehemencia con que defiendo mis ideas tratando de convencer a los que son aun más escépticos que uno mismo. Piedad por la ironía con que despacho propuestas o iniciativas de las que descreo desde el primer minuto sin darles tiempo a probar nada.
Perdón por el incienso que tan frecuentemente se cuela en esta página. Perdón por el frío de sacristía y el calor de ágora que a veces se juntan. Pido clemencia para mis faltas, comprensión para mis obsesiones, justicia para mis yerros, absolución para mis culpas. Si es delito amar este tiempo y esta ciudad, aquí prendedme. ¿Qué perdón imposible puede impetrar un loco de amor?
9/3/11


Deja un comentario