Cardo Máximo

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Una cuaresma por delante

Del 1 de marzo al 22 de mayo van exactamente 83 días. Como la campaña electoral de las municipales concluye a todos los efectos en la medianoche del 20 de mayo, los candidatos disponen de 81 días para arañar los últimos votos. Pero si a esta cifra de jornadas se le restan las fechas inhábiles en el calendario festivo de la ciudad, lo que queda en pie es poco más que una cuaresma. Veámoslo: marzo no trae fiestas, pero abril se va en un abrir y cerrar de ojos. Del 15 de abril (Viernes de Dolores) al Domingo de Pascua van diez días en los que ni la ciudad ni los candidatos estarán para nada. Pero es que nada más terminar la Semana Santa, con apenas cinco días de diferencia, se inaugura la Feria de Abril el sábado 30 para que alguno de sus días, al menos, corresponda al mes que le da nombre universal. Y sin solución de continuidad, el viernes 6 de mayo a las 0 horas se inaugura la campaña electoral, de la que hay que quitarle el primer fin de semana porque todavía estará la ciudad en fiestas. Es decir, veinticinco días por lo menos borrados del calendario electoral. Descontando también los de campaña legal, los partidos políticos tienen desde mañana hasta el 15 de abril para afinar sus mensajes: 44 días.

Y menos aun para inauguraciones, campañas publicitarias y actos públicos del equipo de gobierno, dado que la ley obliga a cesar en estos instrumentos de propaganda costeados con fondos públicos desde el día de la convocatoria de las elecciones, previsto para el 29 de marzo. Sevilla se ve, la peregrina campañita de despedida de Monteseirín, no va a estar en cartel más de cuatro semanas, de lo que hay que felicitarse. Y como las setas de la Encarnación no estén listas antes de un mes, las tienen que inaugurar a cencerros tapados, lo que probablemente sea lo que más ansían después de la controversia desatada.

Pero estábamos con la cuaresma que tienen por delante los candidatos. ¿Es mucho tiempo o un suspiro una cuarentena como la que nos queda por delante? Pues todo depende de cómo se lo planteen, pero no parece que estén hoy por hoy muy apremiados.

El caso es que la agenda política está tan marcada en estos momentos por la marea alta del escándalo de las prejubilaciones amañadas, los fondos inconfesables administrados con la mayor de las arbitrariedades y la desvergüenza con que se ha corrompido a la sociedad entera, que las municipales han quedado del todo eclipsadas.

A tenor de las encuestas, sería el candidato del PSOE, Juan Espadas, el más interesado en mover la campaña con propuestas que dieran que hablar para hacerse un hueco en el discurso político ya que no dispone de ningún altavoz institucional como el pleno del Ayuntamiento. Pero los socialistas se encuentran, de repente, bloqueados: el lodo de la corrupción cuando menos consentida lo pringa todo y hace inútil cualquier comunicación en positivo que pretendieran hacer.

Sin hacer ruido

De hecho, Espadas ha hecho muy poco ruido hasta ahora. Casi ninguno. Se agradece su tono moderado y dialogante, alejado del histrionismo y los golpes de efecto tan estridentes, pero es difícil movilizar a la parte de su electorado que está defraudado con lo que ve a su alrededor o cansado de los doce años del monteseirinato sólo a base de buenas palabras. Y el PSOE necesita a todos sus votantes puestos en fila ante la urna para salvar la mayoría absoluta de Juan Ignacio Zoido que se dibuja en el horizonte. Tampoco la composición de la lista electoral -que aquí hemos saludado como un excelente síntoma de renovación- parece que invite a la militancia a apretar metafóricamente el cuchillo entre los dientes.

Tampoco Antonio Rodrigo Torrijos se ha caracterizado por programar una precampaña intensa. En Izquierda Unida están muy preocupados con las noticias -casi todas malas- que puedan llegarles del frente judicial, donde no hay día que pase sin zozobra para sus cuadros dirigentes.

Por su lado, Zoido no necesita movilización extraordinaria a la que ya ha conseguido en estos cinco años de ir puerta por puerta haciéndose un nombre entre los votantes no importa de qué barrio de la ciudad. Y el clima favorece su opción aunque sólo sea de rechazo al partido gobernante. Así que no parece que el candidato del PP vaya a verse obligado a forzar la máquina en este mes y medio antes de la Semana Santa cuando casi acaricia su objetivo sin necesidad de esfuerzo suplementario.

Aparte, Zoido guarda en su arsenal de campaña la bomba atómica: basta que mire a los ojos de los votantes socialistas menos entusiastas para preguntarles si quieren volver a ver a su partido sujeto a los dictados de Izquierda Unida con apenas 25.000 votos. Esa insinuación en el cierre de un debate televisivo bastaría para arañar un millar de votos. Quizá los que le falten entonces.

javier.rubio@elmundo.es

28/2/11


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