ENTRE LAS MUCHAS trocherías que se han podido oír estos días a propósito del inevitable trigésimo aniversario del 23-F (¿qué pensaban?, ¿que se iban a librar en este rinconcito de la efeméride?), se lleva la palma con mucho el que atribuye no sé qué cualidades negativas a Tejero por la burda caricatura de su estampa en el Congreso: pistola, tricornio y bigote… de Guardia Civil. ¡Cómo si los civiles fueran los únicos que han llevado bigotes, por Dios, que viene a ser lo mismo en su etimología!
Con sólo alzar la vista al comienzo de esta columna, comprenderán que el autor de estas letras no pueda estar más en desacuerdo con esa pseudoteoría fisiognómica que revela el carácter de un individuo según se afeite o no el labio superior. De acuerdo, bigote tenían Tejero, Milans del Bosch y Pita da Veiga, ministro de la Armada con Franco que lucía una de aquellas hileritas de hormigas que tanto estilaban los camisas viejas y que Sazatornil ridiculizaba magistralmente en Patrimonio Nacional. También tenían bigote Hitler, Stalin y Sadam Husein, pero no se puede asegurar que la pilosidad influyera en su vesania.
Y, en nuestros días, un tipo apodado precisamente El Bigotes ha dado nombre al caso de corrupción más notable en el PP. Lo mismo que Aznar, Romanones, Castelar, Cánovas y Eduardo Dato y no sigo porque me quedo sin callejero.
Bigotudos han sido unos cuantos literatos premios Nobel. A saber: de los nuestros, Vicente Aleixandre, Jacinto Benavente y José de Echegaray; y entre los extranjeros, Gabriel García Márquez, Elías Canetti y Derek Walcott. Bigote llevaron toda su vida Cernuda, Alfonso Grosso, los hermanos Álvarez Quintero y el padre de los Machado. El bigote de Pemán se encaneció tanto como su literatura; sin embargo, al maestro Manuel Alcántara todavía no se le ha vuelto blanco del todo el mostacho.
Mark Twain y William Faulkner posaron orgullosos de sus bigotes. No sólo hombres de letra lo han lucido con porte. En el de Einstein, como siempre lo retratan sacando la lengua, nadie repara. Tampoco en los de Max Planck o Ernest Rutherford, sin los que no se puede explicar la ciencia actual. Y el Estado del Bienestar se lo sacó Keynes del bigote. Gandhi tenía bigotito y Dalí, uno surrealista. Charlot y Groucho Marx se lo pintaban. Y Mark Spitz se colgó del suyo siete medallas de oro en Munich72. Y la última plusmarca de Sevilla 99 en vigor la logró un Pato con bigotes: Michael Johnson. ¡Y ahora a ver quién sigue diciendo pamplinas del bigote de Tejero!
javier.rubio@elmundo.es
24/2/11


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