Cardo Máximo

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Barridos como hojas de árbol

EN EL MOSTRADOR de llegadas de los aeropuertos canadienses, los funcionarios de Inmigración forman a propio intento un conjunto lo más multirracial posible: rubias pecosas, sijs con turbante, indostánicos de piel cobriza, asiáticos de ojos rasgados, africanos, amerindios… Se trata de una tarjeta de presentación del país estudiada al milímetro: bienvenido a Canadá vengas de donde vengas.

En el aeropuerto de San Pablo no hay nada parecido: los policías del control de pasaportes están todos cortados con la misma tijera. Entre otras cosas, porque entre Toronto y Sevilla hay mucha más distancia de la que refleja el cuentakilómetros del avión. La nación homogénea en lo racial, en lo religioso y en lo político con que emergió España en la Edad Moderna y en la que Franco se impulsó para llegar por el Imperio hacia Dios hace tiempo que saltó por los aires. España es, hoy por hoy, el estado europeo con mayor proporción de población inmigrante. Aunque en Sevilla la tasa está muy por debajo de la media nacional, no hay más que darse una vuelta por determinados barrios para observar cómo ha cambiado el paisanaje.

La ciudad tiene un problema de integración cultural en su identidad colectiva que no es momento de abordar en esta columna. Sí lo es para denunciar el recelo, cuando no el abierto desprecio, con que se trata a los extranjeros. Los comerciantes chinos pueden contar y no parar de la desconfianza con que los vecinos los tratan, imaginándolos como tenderos sin escrúpulos al margen de las leyes laborales y sostenidos por la mafia, una especie de quintacolumnistas socavando el tejido empresarial autóctono para hacerse con las riendas teledirigidos desde la poltrona en Pekín.

Pero son los rumanos los que presentan el retrato más fiero en el imaginario colectivo: harapientos, pícaros, carteristas, sucios, chatarreros, fulleros, mendigos, ladrones…

Sin embargo, ese terrible aguafuerte mental no podía aplicarse al caso de los dos operarios muertos el miércoles pasado junto a Los Arcos al recibir una descarga eléctrica mientras colocaban una valla publicitaria. Dos extranjeros (lituano y polaco) muertos en accidente laboral de los que ni siquiera hemos llegado a saber su nombre, de lo poco que nos importan. Dos ciudadanos de la UE que habían venido a ganarse la vida en un trabajo que, probablemente, nadie quiera hacer aquí. Simplemente los hemos barrido -también de los periódicos- como hojas de árbol caídas.

javier.rubio@elmundo.es

22/2/11


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